"lo que te gustaria hubieran sido tus ultimas palabras"

Rei: Sky. Red, red sky. Red color. Red color that I hate. Water flow. Blood. The smell of blood. A woman that does not bleed. Made from the red soil are humans. Made by Men and Women are humans.
(Rei's monologue, also known as Rei's poem)
Neo Genesis Evangelion

miércoles, 12 de enero de 2011

Lóbulo Animático

Iván


Lóbulo Animático
Todo empezó una gris tarde aburridamente cualquiera. Había estado todo el día tratando de ser lo menos productivo posible. Este objetivo se torno contra sí mismo cuando, después de pasar dos horas tratando de hacer figuras de origami que simplemente no salían como los de mi hermana, me rendí; lo cual técnicamente era menos productivo que hacer origami. Yo estaba viendo como el abanico de mi cuarto se balanceaba con cada giro que daba, que es lo que suelo hacer cuando no quiero hacer nada. O mas bien, lo que estaba haciendo era escuchar el ruido que hacia el abanico al bambolearse de una manera tan lenta: una especie de ish, ish, ish , monótono y muerto tal vez; pero que llenaba de paz al alma.
De repente, sentí como mi silla cedía ante la gravedad y se inclinaba para atrás peligrosamente. Inmediatamente propulsé mi cuerpo (y subsecuentemente la silla en la que mi cuerpo estaba) hacia adelante para evitar caerme, pero en el exacto momento en que mis pies tocaban el suelo lo sentí. Un thumb.
Voltee para todos lados para encontrar la procedencia del sonido. Había sonado fuerte y claro, imposible relegarlo a mera imaginación sin admitir así mismo un serio caso de esquizofrenia. Miraba a todos lados, buscando algún objeto en el piso con las señas propias de algo que hace meros instantes ha viajado por el aire hasta el suelo.
Solo estaba tratando de engañarme a mí mismo, pues ya sabía de donde había venido. Cuidadosamente, tiré mi cabeza para adelante. De nuevo, el más leve thumb y ahora un extraño sentimiento en mi frente. O más específicamente, en la parte de detrás de mi frente.
Volví a lanzar mi cabeza hacia adelante y de nuevo me contestó ese thumb. Era evidente ahora. Mi cerebro estaba pegando con la parte frontal de mi cráneo.
Caminé al baño no sin algunos titubeos en mis pasos. Movía un poco mi cabeza mientras caminaba en una especie de tick incrédulo. Casi imperceptiblemente, podía sentir como mi cerebro flotaba dentro del líquido craneal, como pegaba levemente en las paredes de mi cabeza, de forma similar a un barco que llega a la orilla y después de ser atado al puerto pega con la más mínima de las fuerzas el lado del puerto con su popa.
Bajé a la cocina. Subí con una cuchara y una tasa con aceite vegetal, el mejor vomitivo según me habían dicho en el curso de primeros auxilios que tome hace ya tantos años. Decididamente, me tragué el aceite de un bocado e inmediatamente sentí unas fuertes arcadas. Tome otra cucharada y seguí con las arcadas, iniciando una empresa indiscerniblemente desagradable en la que poco a poco sentía como se deslizaba.
Finalmente, cuando ya estaba a punto de dejarlo por la paz, lo sentí llegar. Mi boca se ensanchó tanto que me dolió, mi garganta se lleno de un sabor asqueroso. Sentí en mi lengua la cosa más asquerosa que se podría sentir: una especie de chicle viejo que llenaba mi mandíbula y la ensanchaba, con el contorno delineado causando un efecto similar a chuparte el codo. Cerré un poco los ojos mientras salía de mi boca y puse las manos en el lavabo. En ellas, después de una cantidad preferiblemente no especificada de babas viscosas, cayo mi cerebro, gracias a dios no dañado por la operación.
Tenía en la boca algo parecido a una línea de espagueti o más bien lingüinis. Pasaba por mi garganta (aunque no provenía de mi estomago) y terminaba en uno de los límites del cerebro. Lo tome con mis manos. Suspiré un poco. La técnica me la había comentado un amigo, que tras una semana de acciones indecibles tuvo que sacarse su cerebro para poder lavarlo cuidadosamente con jabón desinfectante. Aun así, estaba consciente de los riesgos de llevar a cabo una operación tan complicada y delicada para un aficionado, y sentí un poco de vergüenza al darme cuenta de que seguramente tendría que ir a un hospital a que me lo volvieran a poner. Ah, bueno, me dije.
Mire mi cerebro. Para mis nauseas, en efecto, en la parte inferior estaba lleno de una lama similar a queso Pamela, francamente asquerosa. Esta, seguramente, había causado de alguna manera que flotara, aunque los detalles como funciona eso me son esquivos. Se la quite con los dedos, con un poco de esa sensación de extraño placer que sentimos al rasurarnos, tronarnos granos o cortarnos las uñas después de una temporada de no llevar a cabo los procedimientos estándar de higiene que deberíamos haber llevado a cabo. Puse agua fría en el grifo y masajee mi cerebro, alzando solo un poco los ojos frente a los placenteros sentimientos del agua fría alrededor de mi corteza cerebral. Saque de mi baño champo y acondicionador y antes de poco mi cerebro ya tenía un agradable aroma a crema, miel de abeja y almendras silvestres.
Al final me quede viendo mi propio reflejo, con mi cerebro en las manos. Que fastidio seria ir con el doctor a que arreglen esto. Pensé en mejor comer algo ligero y entonces dormirme un rato. Ah, pero; tampoco puedo comer con las nervios craneales a medio salir de la boca. Que fastidio, la verdad; me dije a mí mismo.
Tomando mi cerebro firmemente con las dos manos, caminé hasta mi cama. Ya me había sentado y estaba a medio camino de dejar mi cerebro en mi mesa de noche cuando me di cuenta de algo raro.
El cerebro es pesado.
Sopese el mío.
Lo moví para arriba y para abajo.
Mi cerebro era extremadamente ligero, casi vacío se podría decir.
-¿Cuál es tu problema?-le pregunte a mi cerebro.
Mi cerebro no me respondió.
Eso si me pareció preocupante. Me puse mis tenis y me puse una sudadera, en su bolsillo izquierdo puse mi cerebro. Caminé unas cuadras hasta llegar al consultorio que habían puesto hacia apenas unos dos meses: un lugar discreto y vagamente deprimente, con anuncios de lo barato que eran las operaciones pintados con pintura barata en la ventana larga que tomaba el lugar de la mayor parte de la fachada y apenas un muro hueco que podría ser de plástico y una cortina para separar el área de espera al consultorio.
No había nadie en el consultorio. Al doctor septuagenario de aspecto vagamente miserable le di mi cerebro. Inmediatamente estuvo de acuerdo con que era “anormalmente ligero”.
-Veamos, hijo; en que estas pensando-dijo, riéndose por lo bajo de su propio remedo de chiste.
Lo puso en la máquina de radiografías pequeña que usan específicamente para los cerebros. No pude evitar notar lo raro que era que tuviera una maquina cara en un consultorio tan pequeño y al que nunca iba nadie, pero también estaba el hecho de que era una maquina viejísima, seguramente de los primeros modelos. Al final, me quede con la leve impresión de que lo que dijera esa máquina no era de fiar, aunque algo en la milenaria afabilidad falsa del viejo doctor termino de convencerme de la infalibilidad del examen final. Así que no había siquiera volteado el doctor viejo después de un largo proceso de tocamientos, impresiones y reimpresiones de los resultados de su decrepita maquina y chequeos a viejísimas libretas de notas cuando yo ya había aceptado completamente lo que sea que me dijera.
El doctor volteó a verme con una cara triste.
-Me lo temía, hijo. El problema aquí es grave.
-Que tan grave, ¿doctor?
-Me temo que usted no tiene el lóbulo animático.
-¿El lóbulo animático?
-Así es. De donde provienen las ideas, los sentimientos auténticos, el amor, la belleza. El lóbulo animático es la parte del cerebro donde se guarda el alma. Es, con creces, la parte más importante del cerebro. Mira.
Jalándose un zipper en medio del canoso pelo (siendo el implante de zippers una operación difícil, peligrosa, cara y difícilmente útil en la cual ni loco tomaría parte), se abrió el cráneo y saco su cerebro. Lo puse en la mesa, sumergió su mano en él y saco un monito de papel sonriente, seguramente hecho por alguna hija o nieta; con miles de neuronas y venas saliéndole de los lados. “Esto es un lóbulo animático”, dijo.
-¿C-como sucedió esto?
-Creo que es un defecto de nacimiento, hijo. Es el resultado natural de ciertas maldiciones sumerias y aztecas, por no decir que un efecto secundario de tener un diploma de leyes; pero en tu caso creo que naciste sin alma.
-¿Y-y como es que nunca me había dado cuenta?
-Veras, el lóbulo animático es un órgano extraño. Incluso su carácter de “órgano” es disputable desde el punto de vista. Es perfectamente posible vivir sin él. Los sentimientos provienen del cerebro, no del alma; por lo tanto puedes sentir sin un alma. El alma, sin embargo, es lo que los diferencia de los pensamientos. La diferencia sutil entre alegría y gozo o éxtasis, la diferencia sutil entre tristeza y melancolía y pésame. Si una persona, algún día, quisiera por alguna razón asegurarse de que lo que siente respecto a algo es autentico y no un juego doble de la menta engañosa, solo tendría que ver su lóbulo animático para estar seguro que s sentimiento es verdadero. Tal vez incluso sea posible tener sentimientos “completos” y “auténticos” sin el alma.
-¿Pero también es posible que el cerebro fabrique artificialmente las sutilezas, y que todo lo que tenía valor para nosotros lo tiene porque pensamos que debería de tenerlos y no por la irracionalidad de nuestra alma, no es así, doctor?
-Así es. Es…como…el “no-se-que”. La intuición. La espiritualidad. Lo humanamente estúpido.
-¿Es malo que no tenga alma, doctor?
-No, por supuesto que no. Muchas personas simplemente se la quitan. Se podría decir que es incluso más productivo no tener alma. Un viejo colega mío llamaba al alma “el apéndice del hombre del nuevo milenio”. Te recomendaría quedarte sin alma, hijo.
-¿Por qué alguien querría tener alma, entonces?
-Tú mismo lo dijiste. Queda siempre la posibilidad, a medias sospechada, de que todo lo que sientes es una mentira lógica y cómoda. El alma es la seguridad, lo que permite a una persona decir “Siento esto, pues mi alma me dice que lo siento”. Además está el hecho de que, si una persona te amonestara con la frase “Que no eres un desalmado”, tendrías que contestar “Lo soy.” Y eso, para muchas personas, es una tortura con la que no pueden vivir. Es más una cuestión ideológica, si quieres mi humilde opinión.
-¿Y si quiero tener alma?
-Pues, veras; eso es complicado. El lóbulo animático puede ser cualquier cosa; un libro, una foto, un anillo…Sin embargo, tu cuerpo no está acostumbrado a tener alma. La manera en que reacciona es…diferente a la normal. Más que nada me temo que, una vez que se ponga un alma, ya no podrá poner otra. No es algo sobre lo cual yo como profesional de la medicina me haría responsable.
Me fui de la consulta, pensando.
Toda la vida había sentido el cerebro vacio, toda la vida me había vestido de mentiras y había nadado en abismos; convencido de que así era la vida cotidiana. La seguridad, a duras penas sospechada, vagamente en sombras diferidas; de que el mundo era solo un vaivén de ramas vacías y tonterías que clamaban ser valiosas. Y el horror, frio y gris, de sentirse infinitamente más inhumano que aquello que debería ser. Al final, darse cuenta de que simplemente, nunca hubo nada donde otros veían altares. Sonreí. No lo era. Solo era así para mí.
Llegué a mi casa. Apresurado, pero aun así seguro de las medidas que se necesitaban para mi situación particularmente, hable por teléfono a cierta conocida que había pasado por una situación de interés. Vivía cerca, en los departamentos a unas siete cuadras, y era igual de ociosa que yo, por lo que lo conveniente solo continuaba apilándose. Nos citamos en el parque al lado de mi casa en diez minutos. Llegué en cinco, ella en quince.
-Lindo cerebro-notó, señalando con el dedo a mi cerebro que traía en la mano.
-También huele muy bien, le dije, tratando de sonar afable.
-Hummmm… ¿Fresas?
-No. Miel y almendras.
-Ah, delicioso. Yo prefirió frutas cítricas y tropicales.
-Suena a que ha de hartarte después de un rato
-A mí me gusta.
Mire un poco hacia los cielos, pensando en nada y en todo.
-¿No se te ocurrirá de casualidad algo que sirva como alma?
Mi amiga me miro con ojo crítico, alzando una sola ceja como hacemos cuando alguien nos dice algo y no estamos seguros de la manera políticamente correcta de reaccionar.
-Cualquier cosa sirve, aunque es mejor si se parece a lo que tenías antes. ¿Qué tenias antes?
-No tenía nada.
-Vaya. ¿Maldición azteca?
-Algo así.
-Pues, puedes hacer lo que un tío.
-¿Qué hizo tu tío?, le dije, sabiendo que mencionaría a su tío, pues ya me habían contado (a medias) que un familiar suyo se vio en la difícil situación de una animatomía menester por cierta aflicción relacionada con el trato de graduados de la facultad de leyes. Esa era, realmente, la razón por la cual hablar precisamente con ella.
-Pues…sígueme.
La seguí a través de varias calles hasta un parque no muy lejano. Inclinándose, arranco un tulipán morado del suelo.
-Puedes usar esta flor de alma. Se supone que será un alma excelente. Podrías crear lo que sea, te enamorarías del mundo sin esperar su amor a cambio. Serias feliz, y serias feliz de una manera tan triste que en teoría no se podría acabar jamás. El problema es que…
-¿Cuál es el problema?
-Se pudren después de un rato. Mi tío estuvo un tiempo todo flameante con esa alma, pero después de un rato se convirtió en un mendigo desahaciado e inútil porque su alma se le pudrió. Solo miraba las cosas con ojos lagañosos, fastidiado de la vida misma. Como dicen: más triste que un ciego de nacimiento es el ciego que en un tiempo pudo ver.
Tomé el tulipán con una mano. Le corté el tallo y lo metí gentilmente dentro de mi cerebro. Mire al cielo. Era de un azul real, pues el azul que había visto hasta entonces había sido una mentira. Ahora veía lo que era un cielo viviente, un cielo azul hermoso, violentamente azul.
Mire a mi amiga. Ella me veía con una sonrisa pequeña.
-¿Tienes una hoja en blanco?
Abrió su mochila y arranco una de una libreta. Me la dio. La mire. El día había hecho figuras de origami, pero no había tratado de hacer la figura por la que había querido hacer origami para empezar. La semana pasada, había hecho una rosa de origami. Me salió bien, mas por alguna extraña razón no me había gustado. Traté de hacer una rosa de papel ahora que tenía alma. El resultado no era tan perfecto como mis mejores, pero esta vez me gusto. Tenía un algo. Se podía decir que la hizo una persona inspirada sin ninguna razón en particular. Se la di a mi amiga.
-Es hermosa,-dijo.
-¿Cómo cuanto tiempo crees que dure el tulipán hasta pudrirse?
-Una semana, tal vez.
Una semana. Me tarde alrededor de un minuto haciendo la flor de papel. En una semana podré hacer unas 10080 flores de papel, cuando mucho. Tendré que apurarme.
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Todavia no me dice si firmar con mi bullshit pen name...Firmaré con mi propio (aburrido) nombre por lo pronto. (XD) Este me gustó.

2 comentarios:

  1. Es uno de los cuentos tuyos que más me ha gustado. No sólo por lo original si no también por el estilo que escogiste. No recuerdo (admito que no lo he releído justo ahora) algo sobre la estructura o narrativa que no me gustara. En fin, me tendré que conformar con un comentario sin críticas esta vez. ;)

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  2. Aun que no sea mi cuento preferido de ti, tengo que admitir que es uno de los cuentos que mas se apegan a tu estilo. La ironía y el sarcasmo con la cual tus personajes hablan sigue siendo lo mas fuerte de tus textos. Sin embargo, sigo viendo que tus textos se estan volviendo cada vez mas optimista, mas claros, mas como cuentos de hadas. Se ha perdido lo grotesco, lo inexplicable, lo imposible. Pareciera como si tu estilo fuera muy cambiante, demasiado para algunos, poco para otros, pero como te publicaran depende de vos.

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Expectadores de la ejeución.