"lo que te gustaria hubieran sido tus ultimas palabras"

Rei: Sky. Red, red sky. Red color. Red color that I hate. Water flow. Blood. The smell of blood. A woman that does not bleed. Made from the red soil are humans. Made by Men and Women are humans.
(Rei's monologue, also known as Rei's poem)
Neo Genesis Evangelion

domingo, 4 de septiembre de 2011

Otra vez para lo de la radio

Tras leer facebook, he decidido dejar unas cosas en claro:

A) La mesa directiva fue creada a partir de ellos que decidieron ir a la 'reunion' y discutieron acerca de la radio. Por le momento el organigrama no esta muy bien estructurado, luego les envio como seria.

B) Todos los demas fue un deja morir acerca de un pelicula, si, una pelicula, que si bien es una bella comedia de E.U.A., no es una buena excusa para saltarse una reunion que presionaron para que sea los sabados. Dijo, minimo Guayo y Javi tuvieron la decencia en disculparse por el deja morir, pero los demas se sordearon. Comprendo a los de Break, todo los de la exihibicion se hizo un clusterfuck y ni se si finalmente se hizo o no, y Zuloaga (disculpa el comentario) esta en la zona gris por la tarea 1 de mate.

C) Comprendo la hueva que hay, dijo, despues de estar aqui todo el dia ¿quien no se quisiera ir a su casa? Pero deben de entender que aqui hay un compromiso con el proyecto, asi que les pido que no me dejen morir de manera tan fea.

No es que quiera ser mamon, pero es que esto ya esta fuera de control, necesito saber los horarios de servicio de aquellos que lo tienen entre semana y los que estaran en laboratorio para hacer una reunion donde la mayoria pueda ir (y vayan).

Cualquier duda, esta mi mail bruno.teranmtz@gmail.com o el grupo de facebook

Atte.
Bruno Teran Martinez

martes, 30 de agosto de 2011

Para radio

Esto es lo que queria decir en la reunion, pero mejor lo escribo para que asi nos centremos en programacion y el nombre que en esos pedos
a)Todo lo que se dija es responsabilidad del que lo dijo
b) Ningun maestro/prefecto/directivo/staff/limpieza/Secundino tiene derecho sobre tu programa, favor de hacer a saber si semejante cosa pasa
c) La radio es independiente al CIDEB y a IBO, por lo tanto se deben citar la institicion cuando se cita a un maestro
d) Favor de venir a la reunion, sino su voto sera contado como nulo
Cualquier duda me la hacen saber
Bruno out

miércoles, 19 de enero de 2011

Zacarias (revisado)

Zacarías
Diciembre, 2011
-¡Preparen!-
Cálmate, cálmate, cálmate, cálmate, no vas a morir, no vas a morir, eres inmortal, eres inmortal, eres inmortal, peleaste junto a Pompeyo contra Julio Cesar, con Otón contra Vitelio. Si, si, como la vez que seguimos a Napoleón contra Inglaterra en Waterloo, o con su nieto contra los prusianos. Si, si, peleaste con el Káiser contra los franceses y con el Führer contra los judíos. Si, si, con los palestinos en Israel, con los americanos en Vietnam, con el Che en Bolivia-
-¡Apunten!-
Espera, ¿me la he pasado perdiendo? No creo, ¿o sí? Ahora que pienso, por mas que intento nunca he ganado, no recuerdo haber ganado siquiera una batalla, siempre fui reserva o me mandaban cuando el Ejercito empezaba a declinar. No me había dado cuenta en todos estos…, espera, tú, él de en medio, no me apuntes a la cabeza. Por favor, no a la cabeza, duele, duele mucho, en serio, es como una aguja, caliente, como lluvia que pega a la cara, pero penetra, duele, por favor, tardo más en recuperarme cuando me dan en la cara, no, no, deja de apuntarme en la cabeza, eso, bájala, un poco más, un poco más, no, ahí no, eso, súbela, su-
-¡Fuego!-
Espera, esas son… ¡HIJOS DE LA GRANDISIMA-
-¡Ratatatatatatatatatatatatatata!-
Enero, 2015
Han pasado cuatro años desde que recibí su última noticia, pensó Pedro mientras entraba al café, un lugar de memorias enfrente de un cementerio. Una alta Pared, que a lo alto es planicie, lo separa del mundo exterior. Se sentó en la ventana que daba con la Pared, en donde siempre se sentaba con él. Pidió un café americano, sin nada. Él siempre desaprobaba sus gustos en el café, recordaba aquel fin de semana en que sus padres se separaban.
-He, la depresión no hace que la gente tome lodo.- dijo aquella vez
En ese momento no supo si reírse, y de ahí empezaron a hablar. Él fue su farol, que él siendo un barco perdido en los mares de la duda, encontró un camino iluminado.
Tomo un sorbo y se quedó pensando en aquel chiste, una ironía la cuál fue su despedida y últimas palabras.
-Güey, ven la próxima vez que puedas. Necesitare alguien a quien pueda platicar en como rebanar a un revolucionario.-Sonreí y el rió.
Pero ya no volvió, he estado viniendo casi cada día a ver si viene. Pregunto por él, pero las respuestas siempre son una negativa. No sé porque sigo viniendo, pero sé que volverá. ¿Cómo? No sé, pero volverá.
Un hombre camino por la barda de una Pared que está enfrente de un café, y continúo. Él no había estado por el área desde hacía tiempo, y solo fue para arreglar cuentas pendientes. Solo por eso, todo lo demás valía un carajo. Y lo valía, pero no lo pensaba mucho.
Fue hasta la entrada al cementerio y supo que todo iba acabar con todo que lo represento una vida de mentiras y burlas. Al igual que lo que paso cuando fusilaron al Comandante, al Cruzado, allá en Bolivia, él mato a todos aquellos implicados con su asesinato. Solo que esta vez mataría a mas que ellos que lo mataron a él, a la Furia. Mataría a aquellos que él etiquetaba como causantes de eso.
Llevaba una mochila negra en el cual contenía un rifle de precisión que había sido trucado para ser automático, tres cartuchos llenos, unas sodas (la cerveza le sabe a agua y el tequila es demasiado caro), cigarros, cerillos y una foto. Todo iba en orden.
Van dos, faltan dos.
Segismundo entro y vino hacia la mesa. Un viejo amigo, el viene de café mientras que yo de azul. Ambos tenemos recuerdos de este lugar, y casi todos con él, porque él era el faro para los barcos perdidos en las neblinas más espesas, pero, como buen faro, él no sabía nunca hacia donde viraba.
Se sentó y pidió soda. Igual que a mí, él criticaba su elección.
-Maldito iletrado.- le decía.
Pero seguía juntándose con Segismundo. Y así siempre fue hasta que se fue. Y ahora aquí estamos contando chistes, chistes que el amaría por su gracia, y ahora rio mientras mi corazón llora.
Porque ya nada es como antes.
El hombre llego a una tumba, dejo flores que compro en el camino y volteo a la pared. Leyó la inscripción:
“Jorge Amado Romero
1910-2002
Que Dios se apiade de su alma.”
Su amigo no quería ser enterrado, pero igual lo enterraron. La gente creía que era su abuelo, así que le dieron los mismos apellidos.  Camino hacia la Pared y saco el rifle, se posiciono y apunto a dos hombres que estaban junto a la ventana, uno vestido de azul y el otro de café. Solo faltaba la señal, la Llamada.
Y espero hasta que paso lo que paso.
-…Tu que crees, me mareo, vómito y me desmayo.-
Segismundo conto el chiste del pie y la verga, me dio risa, siempre me daba. Y continuaba riéndome. De pronto recordé como lo conocí, fue con el mismo chiste que me hizo reír. Dicen que su abuelo murió ese día, él dice que su abuelo murió cuando aún había Senado en Roma, nos reímos de su chiste. Siempre visitó esa tumba, y yo lo hago para ver si tengo suerte y le invito algo de comida.
Llaman al celular, contestó y me petrificó. Del otro lado esta Raúl, mi amigo que trabaja cómo jefe de la policía. Mi esposa y la de mi amigo tenían una bala en la cabeza, producto de un rifle de precisión. O eso dice, él me asegura que todo se resolverá. Eso espero, aunque no crea. Ellas fueron las amantes de Zacarías, según sé que se comprometieron de que no se casarían hasta que el volviera, pero terminaron con nosotros. Ironías de la vida.
Luego escucho el vidrio rompiéndose.
Día X de enero de 2015, 14:31
Asesinato en serie
En un restaurante de la colonia De Las Casas, enfrente de un panteón municipal, fueron ultimados Segismundo Contreras Quintano y Pedro Gonzales Carrillo por un asesino desconocido el cual uso un rifle de alta potencia desde el panteón municipal. En esta localidad se encontró un cartucho, varios casquetes y una foto en donde se encuentran ambas victimas y una tercera persona, cuya cara fue quemada de la foto con una colilla de cigarro. Anteriormente, sus esposas habían sido ejecutadas en media plaza pública, se presume que con la misma arma. La policía continúa las investigaciones y tal vez llegue a ceder el caso al Servicio Secreto. Ambas familias no dejaron descendencia viva y su único legado es la fallida búsqueda por su amigo Zacarías Amado Real, que desapareció en una revolución en un país del Tercer Mundo a finales del 2011.
Diario El vigilante

Michael, capitulo 1

Primera parte de la posible novela 'Abismo'

I
Salgo de la universidad ya para las 2 de la tarde, algo temprano si lo comparamos a que normalmente salgo ahí por las 6 o 7 de la tarde. Tomo el camión, conmigo viene Jorge, el antiguo baterista de la banda que forme hacia no más de tres años. Éramos malos, nadie sabía que tocábamos, en mi caso imitaba el sonido de Joy Division en el bajo. Siempre, junto a The Clash y Sex Pistols, han sido de mis favoritos, mas desde la separación de mis padres. Eso ya no importa, ya que ellos nunca se divorciaron. Como aquel chiste vasco, a mí me dieron mi finiquito y me aventaron a la calle. Todo por una mujer, que igual me fue de la chingada. Jorge, por otra parte, trataba de crear una alquimia de todos los sonidos que hacíamos, pero por más bueno que fuera nunca pudo lograr semejante unión. Era imposible, el sonido del bajo competía constantemente con la guitarra, la voz parecía de baladas y el tecladista era un imbécil, con decir que nunca se aprendió las teclas. ‘Dejo que fluya’ decía, el problema es que nunca tocaba igual dos veces, así que era una peda en los conciertos.  Y todo se fue mas al carajo con ella. Jorge empieza ha hablar de libros, es en lo único que podemos hablar. Trata de evitar de hablar de algo, pero de repente se nota la obviedad.
-Deja de golpear el arbusto y di lo que verdaderamente quieras decir.
Él me ve extrañado, tal vez no esperaba que lo adivinara tan rápido
-Si se dónde vive ella, ¿puedo cogerla sin que te enojes?
Mi mirada sigue en las calles sucias vistas desde un asiento grafitado a través de un vidrio rayado. Asiento, y le pregunto dónde está. Él ríe, sabe que aún me importa aunque me haya desenamorado del mundo. Él, junto a Lucio Cabañas (si es que ese es su verdadero nombre), saben lo que verdaderamente pienso. Luego agarra algo de su mochila y me da dos bolsas de papel.  Una es pesada y contiene algo que parece una escuadra. La otra es ligera y contiene tres contenedores rectangulares. Sé que son, se las había pedido desde hacía tres meses. Le pregunto por qué tardo tanto,
-El negocio está saturado, no eres el único que me anda cotizando armas. No hace poco los de la porra del equipo de americano me compraron un Bulldog mas 27 balas extras. Fue difícil conseguir el arma, casi todos los traficantes solo traen 9mm, cuernos de chivo y AR-15. Ya nadie sabe de los demás modelos.- Responde
Checo el arma, y recuerdo a Lucio. No era la gran cosa, pero era asexual. Nadie sabe cómo termino así, yo digo que ha de ser un error de su verga. Da lo mismo, el punto es que el nunca amo, amar en el sentido erótico por que empatía si tenía, mas no se le paraba. El mismo bromeaba que el día que se le parara se casaría, fuera hombre o muje.. Le preguntamos qué pasaría si fuera un animal, el respondió:
-Pos lo domestico, carajo.
Siempre fue así, recto, sin taparrabos. Un día se tomó una cerveza  cuando Michael estaba en una junta de Alcohólicos Anónimos. Todos le empezaron a reclamar, principalmente una señora de no más de 30 años que se dice que tiene el hígado más desarrollado que un irlandés. Lo mejor de todo es que Iván es el que le tocaba que hablar, y él es el que había invitado a Lucio a la reunión. Él no les respondió, se tomó la cerveza hasta el último trago y lo tiro a la basura. No fue sino hasta que uno trato de golpearlo que reacciono, solo para incendiar mas los ánimos de la gente,
-¿Y que si se emborrachan?, al final de cuentas solo se la pasan chillando como puercos. Mejor pónganse a chupar, igual, no han cambiado mas allá de a quien le echan la culpa.
Desde entonces no le han avisado a Iván acerca de las próximas visitas.
Sin embargo, la razón por la cual recuerdo a Lucio cuando veo las armas es porque me enseño a matar. En sí, Lucio era un sicario de a 3000 el muerto y poca vida por delante. El mismo mencionaba su ironía, ganaría mas de mesero (por que nadie lo contrataba) que de sicario. Un día, allá por los últimos años donde yo era yo, en enero, creo, me llevo a una misión. Me debía muchos favores (comida, alojamiento, etc.), así que no se negó cuando le pedí que me enseñara su profesión. Ese día me presto una pistola escuadra. Desconozco el modelo, pero la sigue teniendo escondida entre los libros de mi niñez. Lo puse ahí porque no sabía dónde esconderla, y lo más rápido me pareció en el cuarto de los libros, donde las cajas se arriman con recuerdos infantiles de una infancia perturbada. Ese día entendí por qué nadie contrataba a Lucio, era un verdadero enfermo mental. Recuerdo su discurso:
-Mira pendejo, el verdadero secreto de amar este trabajo no es en sí matas muchos o matas pocos, es en cómo, de qué manera y bajo qué circunstancias los matas. Ed Gein solo mato a 2 personas y se han hecho varias películas inspirada en sus crímenes. Así que los números ni te preocupes, es mejor hacer que los peritos vomiten o no se le pare de por vida que a apilar cadáveres. ¿De qué te sirve acumular bolsas de orines y mierda si no hay ningún simbolismo especial?- me pregunto a mí, el novato, el infantil, el idiota.
Luego, tras ver la matanza, entendí por qué el discurso. Se puso unos audífonos y con dos pistolas mato alrededor de 12 personas. Grafito algo en una pared (no se ni en que idioma estaba), y me digo que buscara si había algún sobreviviente. Camine hacia la cocina, y debajo de la mesa, escondida debajo de un cadáver, estaba ella, Lucía, aquella que me volvió en lo que ahora soy, que ya no soy yo sino alguien mas, ajeno a mí. La escondí de Lucio, si eso le hizo a los cadáveres que le hará a los vivos, pensé, y me la lleve a casa, como si fuera un juguete de un difunto. Tal vez si lo era, no sé, la verdad no es importante. O simplemente le resto importancia a lago que verdaderamente lo es.
Lucio la descubrió una semana después, y se burló que no la hubiera violado. Yo no le vi lo gracioso de sus sarcasmos, pero no comprendí perfectamente sus insinuaciones hasta que dejo caer la bomba:
-Lo que deje el enemigo es tuyo o de la familia del difunto, tú decides.
Le pregunte si había logrado conseguir su pareja y me respondió con un contra-sarcasmo, terminamos bromeando acerca de la policía y olvide sus comentarios durante un momento. Pero nunca se fueron de mi cabeza, se mantuvieron siempre en mi cabeza cada vez que la veía.
Poco a poco se abrió, una cosa llevo a otra y así, termine siendo el novio de ella. Es patético, participe en cierto modo en la masacre del lugar donde la encontré y al final termine en una relación. Vaya pendejada, pero así es la vida, te puede ir bien o mal. Nunca sabes que te encontraras en el camino, ni si lo que te pasa es bueno o malo hasta que ya estás tan adentro que ya no puedes dar un paso atrás. Recuerdo esos días, ella cocinaba muy bien, siempre que quería (porque yo era el que cocinaba) me hacia mi platillo favorito, espagueti. Recuerdo aquel olor de pasta en la mañana, además de que solo hay dos personas vivas que saben esto (porque mis padres están muertos) y esos son Lucio y Lucia. Nadie más, todos piensan que prefiero un bistec bien conocido. Si me gusta, pero no tanto. Sin embargo, trato de mantener cierto secretismo en mi persona. Siempre he hecho eso, no sé por qué pero sigo haciéndolo.
También recuerdo el paseo en la Macro, aquel día de invierno. De los dos años que salimos, ese fue el único lugar que fuimos en celebración de nuestro aniversario. Sonara infantil, pero se puede decir que fue uno de mis mejores días de mi vida. Hacia un chingo de frío, eso nos mantuvo cerca, creo. Aun así, me la pase bien. Reímos, corríamos por el parque- Era como unos de esos videos de publicidad que se jalan los gringos. Lo que más se me grabo fue cuando no sentamos enfrente de ese lago (desconozco si verdaderamente era uno) Ese día prometió que la próxima vez nos reunamos acá.
Y como si hubiera habido una próxima vez.

viernes, 14 de enero de 2011

La Declaración

By: Feriván
Era otoño, cerca de las 6 de la tarde, justo cuando el Sol está a punto de ocultarse y el cielo tomaba los característicos tonos rojizos a los que rara vez se les presta atención. Él llegó justo a las 6:16, un poco tarde para el tiempo acordado. Le esperaba ya, de pie, bajo el árbol más viejo del parque. Los rayos se colaban entre sus ramas iluminando su ya de por sí hermosa cara. La conversación comenzó. Matías le había dicho que necesitaban hablar, que tenía algo que decirle.
-¿Y de qué serviría? Ya no le veo punto a todo esto. El estar fingiendo de esta manera me está matando. Y mira que decírtelo a la cara me ha costado. Porque realmente me importa lo que puedas decir. Porque no te digo esto para que lo ignores o para que te sientas mal o culpable o termines de descubrir lo que ya sospechabas. Necesito saber qué es lo que piensas sobre todo esto. ¿Para qué habría de seguir fingiendo? ¿Es que no lo ves? No creo que te sea posible ignorarlo. No es necesario ser un genio para verlo. La manera en que te veo, la manera en que digo tu nombre. Todo refleja la manera en que me siento. Debes comprender que no estoy triste sin razón, que esta tristeza no es por algo distinto a ti. Porque esta tristeza que ves reflejada en mis ojos no es por otra razón más que tú,- tomó su mano, pero se liberó del inesperado tacto de Matías- no quiero que me mal interpretes, pero la relación que tenemos no es la que deseo. Porque lo que deseo, lo que realmente deseo, es estar a tu lado. Es que me ames como yo lo hago, que me veas como un verdadero amante, una posibilidad de ser feliz. Porque puedo hacerte feliz. Sólo dime qué piensas sobre esto y termina con mi agonía…
En su rostro se adivinaba la ansiedad y las lágrimas pasaban casi desapercibidas al caer por sus mejillas.
-No me esperaba esto. ¿Lo dices en serio?
-Lo digo en serio ¿Que tan enserio te parece que mis ojos se cubran de lágrimas cuando te digo que el deseo de mi corazón es estar contigo y con nadie más? ¿Cuando te digo, entregándote mi alma, que todo este tiempo, desde el primer momento en que te vi en aquella muchedumbre, cada célula de mi cuerpo te necesita? Y hablo de una necesidad mortal, que avanza lentamente. Al principio con sólo observarte me era suficiente, el verte cada día me mantenía feliz. Luego las conversaciones, la manera en que decías lo que decías. Tus manos moviéndose nerviosamente entre tu cabello cuando mencionabas algo de lo que no tenías seguridad total. Necesitaba hablarte. Luego tocarte, aunque fuera un momento, el roce de tu piel con la mía me hacía sentir cómo cada parte de mi cuerpo se cargaba eléctricamente de esa sensación que sube por tu cuerpo cuando el elevador baja rápidamente. La necesidad aumenta, y no puedo evitarlo ¿Te parece poco que todo esto no es en serio?
-La verdad, Matí…
Interrumpiendo, para evitar excusas innecesarias, le dijo, mirándole a los ojos intentando ver más allá de sus pupilas:
-Pues no hay mucho que decir. Sólo déjame saber qué es lo que sientes. Perdona. No lo que sientes, lo que piensas. Dudo que pueda manejar lo que sientes sobre esto...Sólo dímelo.
-Matías, la verdad es que yo… ¡Soy un zombie!
La oscuridad de la noche había cubierto por completo el parque y un grito áspero y gutural fue escuchado cual árbol que cae en un bosque desierto.

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Ok, no lo he revisado, pero en este momento debo leer algo más :P
Ya comentaré en los otros textos (:

miércoles, 12 de enero de 2011

Lóbulo Animático

Iván


Lóbulo Animático
Todo empezó una gris tarde aburridamente cualquiera. Había estado todo el día tratando de ser lo menos productivo posible. Este objetivo se torno contra sí mismo cuando, después de pasar dos horas tratando de hacer figuras de origami que simplemente no salían como los de mi hermana, me rendí; lo cual técnicamente era menos productivo que hacer origami. Yo estaba viendo como el abanico de mi cuarto se balanceaba con cada giro que daba, que es lo que suelo hacer cuando no quiero hacer nada. O mas bien, lo que estaba haciendo era escuchar el ruido que hacia el abanico al bambolearse de una manera tan lenta: una especie de ish, ish, ish , monótono y muerto tal vez; pero que llenaba de paz al alma.
De repente, sentí como mi silla cedía ante la gravedad y se inclinaba para atrás peligrosamente. Inmediatamente propulsé mi cuerpo (y subsecuentemente la silla en la que mi cuerpo estaba) hacia adelante para evitar caerme, pero en el exacto momento en que mis pies tocaban el suelo lo sentí. Un thumb.
Voltee para todos lados para encontrar la procedencia del sonido. Había sonado fuerte y claro, imposible relegarlo a mera imaginación sin admitir así mismo un serio caso de esquizofrenia. Miraba a todos lados, buscando algún objeto en el piso con las señas propias de algo que hace meros instantes ha viajado por el aire hasta el suelo.
Solo estaba tratando de engañarme a mí mismo, pues ya sabía de donde había venido. Cuidadosamente, tiré mi cabeza para adelante. De nuevo, el más leve thumb y ahora un extraño sentimiento en mi frente. O más específicamente, en la parte de detrás de mi frente.
Volví a lanzar mi cabeza hacia adelante y de nuevo me contestó ese thumb. Era evidente ahora. Mi cerebro estaba pegando con la parte frontal de mi cráneo.
Caminé al baño no sin algunos titubeos en mis pasos. Movía un poco mi cabeza mientras caminaba en una especie de tick incrédulo. Casi imperceptiblemente, podía sentir como mi cerebro flotaba dentro del líquido craneal, como pegaba levemente en las paredes de mi cabeza, de forma similar a un barco que llega a la orilla y después de ser atado al puerto pega con la más mínima de las fuerzas el lado del puerto con su popa.
Bajé a la cocina. Subí con una cuchara y una tasa con aceite vegetal, el mejor vomitivo según me habían dicho en el curso de primeros auxilios que tome hace ya tantos años. Decididamente, me tragué el aceite de un bocado e inmediatamente sentí unas fuertes arcadas. Tome otra cucharada y seguí con las arcadas, iniciando una empresa indiscerniblemente desagradable en la que poco a poco sentía como se deslizaba.
Finalmente, cuando ya estaba a punto de dejarlo por la paz, lo sentí llegar. Mi boca se ensanchó tanto que me dolió, mi garganta se lleno de un sabor asqueroso. Sentí en mi lengua la cosa más asquerosa que se podría sentir: una especie de chicle viejo que llenaba mi mandíbula y la ensanchaba, con el contorno delineado causando un efecto similar a chuparte el codo. Cerré un poco los ojos mientras salía de mi boca y puse las manos en el lavabo. En ellas, después de una cantidad preferiblemente no especificada de babas viscosas, cayo mi cerebro, gracias a dios no dañado por la operación.
Tenía en la boca algo parecido a una línea de espagueti o más bien lingüinis. Pasaba por mi garganta (aunque no provenía de mi estomago) y terminaba en uno de los límites del cerebro. Lo tome con mis manos. Suspiré un poco. La técnica me la había comentado un amigo, que tras una semana de acciones indecibles tuvo que sacarse su cerebro para poder lavarlo cuidadosamente con jabón desinfectante. Aun así, estaba consciente de los riesgos de llevar a cabo una operación tan complicada y delicada para un aficionado, y sentí un poco de vergüenza al darme cuenta de que seguramente tendría que ir a un hospital a que me lo volvieran a poner. Ah, bueno, me dije.
Mire mi cerebro. Para mis nauseas, en efecto, en la parte inferior estaba lleno de una lama similar a queso Pamela, francamente asquerosa. Esta, seguramente, había causado de alguna manera que flotara, aunque los detalles como funciona eso me son esquivos. Se la quite con los dedos, con un poco de esa sensación de extraño placer que sentimos al rasurarnos, tronarnos granos o cortarnos las uñas después de una temporada de no llevar a cabo los procedimientos estándar de higiene que deberíamos haber llevado a cabo. Puse agua fría en el grifo y masajee mi cerebro, alzando solo un poco los ojos frente a los placenteros sentimientos del agua fría alrededor de mi corteza cerebral. Saque de mi baño champo y acondicionador y antes de poco mi cerebro ya tenía un agradable aroma a crema, miel de abeja y almendras silvestres.
Al final me quede viendo mi propio reflejo, con mi cerebro en las manos. Que fastidio seria ir con el doctor a que arreglen esto. Pensé en mejor comer algo ligero y entonces dormirme un rato. Ah, pero; tampoco puedo comer con las nervios craneales a medio salir de la boca. Que fastidio, la verdad; me dije a mí mismo.
Tomando mi cerebro firmemente con las dos manos, caminé hasta mi cama. Ya me había sentado y estaba a medio camino de dejar mi cerebro en mi mesa de noche cuando me di cuenta de algo raro.
El cerebro es pesado.
Sopese el mío.
Lo moví para arriba y para abajo.
Mi cerebro era extremadamente ligero, casi vacío se podría decir.
-¿Cuál es tu problema?-le pregunte a mi cerebro.
Mi cerebro no me respondió.
Eso si me pareció preocupante. Me puse mis tenis y me puse una sudadera, en su bolsillo izquierdo puse mi cerebro. Caminé unas cuadras hasta llegar al consultorio que habían puesto hacia apenas unos dos meses: un lugar discreto y vagamente deprimente, con anuncios de lo barato que eran las operaciones pintados con pintura barata en la ventana larga que tomaba el lugar de la mayor parte de la fachada y apenas un muro hueco que podría ser de plástico y una cortina para separar el área de espera al consultorio.
No había nadie en el consultorio. Al doctor septuagenario de aspecto vagamente miserable le di mi cerebro. Inmediatamente estuvo de acuerdo con que era “anormalmente ligero”.
-Veamos, hijo; en que estas pensando-dijo, riéndose por lo bajo de su propio remedo de chiste.
Lo puso en la máquina de radiografías pequeña que usan específicamente para los cerebros. No pude evitar notar lo raro que era que tuviera una maquina cara en un consultorio tan pequeño y al que nunca iba nadie, pero también estaba el hecho de que era una maquina viejísima, seguramente de los primeros modelos. Al final, me quede con la leve impresión de que lo que dijera esa máquina no era de fiar, aunque algo en la milenaria afabilidad falsa del viejo doctor termino de convencerme de la infalibilidad del examen final. Así que no había siquiera volteado el doctor viejo después de un largo proceso de tocamientos, impresiones y reimpresiones de los resultados de su decrepita maquina y chequeos a viejísimas libretas de notas cuando yo ya había aceptado completamente lo que sea que me dijera.
El doctor volteó a verme con una cara triste.
-Me lo temía, hijo. El problema aquí es grave.
-Que tan grave, ¿doctor?
-Me temo que usted no tiene el lóbulo animático.
-¿El lóbulo animático?
-Así es. De donde provienen las ideas, los sentimientos auténticos, el amor, la belleza. El lóbulo animático es la parte del cerebro donde se guarda el alma. Es, con creces, la parte más importante del cerebro. Mira.
Jalándose un zipper en medio del canoso pelo (siendo el implante de zippers una operación difícil, peligrosa, cara y difícilmente útil en la cual ni loco tomaría parte), se abrió el cráneo y saco su cerebro. Lo puse en la mesa, sumergió su mano en él y saco un monito de papel sonriente, seguramente hecho por alguna hija o nieta; con miles de neuronas y venas saliéndole de los lados. “Esto es un lóbulo animático”, dijo.
-¿C-como sucedió esto?
-Creo que es un defecto de nacimiento, hijo. Es el resultado natural de ciertas maldiciones sumerias y aztecas, por no decir que un efecto secundario de tener un diploma de leyes; pero en tu caso creo que naciste sin alma.
-¿Y-y como es que nunca me había dado cuenta?
-Veras, el lóbulo animático es un órgano extraño. Incluso su carácter de “órgano” es disputable desde el punto de vista. Es perfectamente posible vivir sin él. Los sentimientos provienen del cerebro, no del alma; por lo tanto puedes sentir sin un alma. El alma, sin embargo, es lo que los diferencia de los pensamientos. La diferencia sutil entre alegría y gozo o éxtasis, la diferencia sutil entre tristeza y melancolía y pésame. Si una persona, algún día, quisiera por alguna razón asegurarse de que lo que siente respecto a algo es autentico y no un juego doble de la menta engañosa, solo tendría que ver su lóbulo animático para estar seguro que s sentimiento es verdadero. Tal vez incluso sea posible tener sentimientos “completos” y “auténticos” sin el alma.
-¿Pero también es posible que el cerebro fabrique artificialmente las sutilezas, y que todo lo que tenía valor para nosotros lo tiene porque pensamos que debería de tenerlos y no por la irracionalidad de nuestra alma, no es así, doctor?
-Así es. Es…como…el “no-se-que”. La intuición. La espiritualidad. Lo humanamente estúpido.
-¿Es malo que no tenga alma, doctor?
-No, por supuesto que no. Muchas personas simplemente se la quitan. Se podría decir que es incluso más productivo no tener alma. Un viejo colega mío llamaba al alma “el apéndice del hombre del nuevo milenio”. Te recomendaría quedarte sin alma, hijo.
-¿Por qué alguien querría tener alma, entonces?
-Tú mismo lo dijiste. Queda siempre la posibilidad, a medias sospechada, de que todo lo que sientes es una mentira lógica y cómoda. El alma es la seguridad, lo que permite a una persona decir “Siento esto, pues mi alma me dice que lo siento”. Además está el hecho de que, si una persona te amonestara con la frase “Que no eres un desalmado”, tendrías que contestar “Lo soy.” Y eso, para muchas personas, es una tortura con la que no pueden vivir. Es más una cuestión ideológica, si quieres mi humilde opinión.
-¿Y si quiero tener alma?
-Pues, veras; eso es complicado. El lóbulo animático puede ser cualquier cosa; un libro, una foto, un anillo…Sin embargo, tu cuerpo no está acostumbrado a tener alma. La manera en que reacciona es…diferente a la normal. Más que nada me temo que, una vez que se ponga un alma, ya no podrá poner otra. No es algo sobre lo cual yo como profesional de la medicina me haría responsable.
Me fui de la consulta, pensando.
Toda la vida había sentido el cerebro vacio, toda la vida me había vestido de mentiras y había nadado en abismos; convencido de que así era la vida cotidiana. La seguridad, a duras penas sospechada, vagamente en sombras diferidas; de que el mundo era solo un vaivén de ramas vacías y tonterías que clamaban ser valiosas. Y el horror, frio y gris, de sentirse infinitamente más inhumano que aquello que debería ser. Al final, darse cuenta de que simplemente, nunca hubo nada donde otros veían altares. Sonreí. No lo era. Solo era así para mí.
Llegué a mi casa. Apresurado, pero aun así seguro de las medidas que se necesitaban para mi situación particularmente, hable por teléfono a cierta conocida que había pasado por una situación de interés. Vivía cerca, en los departamentos a unas siete cuadras, y era igual de ociosa que yo, por lo que lo conveniente solo continuaba apilándose. Nos citamos en el parque al lado de mi casa en diez minutos. Llegué en cinco, ella en quince.
-Lindo cerebro-notó, señalando con el dedo a mi cerebro que traía en la mano.
-También huele muy bien, le dije, tratando de sonar afable.
-Hummmm… ¿Fresas?
-No. Miel y almendras.
-Ah, delicioso. Yo prefirió frutas cítricas y tropicales.
-Suena a que ha de hartarte después de un rato
-A mí me gusta.
Mire un poco hacia los cielos, pensando en nada y en todo.
-¿No se te ocurrirá de casualidad algo que sirva como alma?
Mi amiga me miro con ojo crítico, alzando una sola ceja como hacemos cuando alguien nos dice algo y no estamos seguros de la manera políticamente correcta de reaccionar.
-Cualquier cosa sirve, aunque es mejor si se parece a lo que tenías antes. ¿Qué tenias antes?
-No tenía nada.
-Vaya. ¿Maldición azteca?
-Algo así.
-Pues, puedes hacer lo que un tío.
-¿Qué hizo tu tío?, le dije, sabiendo que mencionaría a su tío, pues ya me habían contado (a medias) que un familiar suyo se vio en la difícil situación de una animatomía menester por cierta aflicción relacionada con el trato de graduados de la facultad de leyes. Esa era, realmente, la razón por la cual hablar precisamente con ella.
-Pues…sígueme.
La seguí a través de varias calles hasta un parque no muy lejano. Inclinándose, arranco un tulipán morado del suelo.
-Puedes usar esta flor de alma. Se supone que será un alma excelente. Podrías crear lo que sea, te enamorarías del mundo sin esperar su amor a cambio. Serias feliz, y serias feliz de una manera tan triste que en teoría no se podría acabar jamás. El problema es que…
-¿Cuál es el problema?
-Se pudren después de un rato. Mi tío estuvo un tiempo todo flameante con esa alma, pero después de un rato se convirtió en un mendigo desahaciado e inútil porque su alma se le pudrió. Solo miraba las cosas con ojos lagañosos, fastidiado de la vida misma. Como dicen: más triste que un ciego de nacimiento es el ciego que en un tiempo pudo ver.
Tomé el tulipán con una mano. Le corté el tallo y lo metí gentilmente dentro de mi cerebro. Mire al cielo. Era de un azul real, pues el azul que había visto hasta entonces había sido una mentira. Ahora veía lo que era un cielo viviente, un cielo azul hermoso, violentamente azul.
Mire a mi amiga. Ella me veía con una sonrisa pequeña.
-¿Tienes una hoja en blanco?
Abrió su mochila y arranco una de una libreta. Me la dio. La mire. El día había hecho figuras de origami, pero no había tratado de hacer la figura por la que había querido hacer origami para empezar. La semana pasada, había hecho una rosa de origami. Me salió bien, mas por alguna extraña razón no me había gustado. Traté de hacer una rosa de papel ahora que tenía alma. El resultado no era tan perfecto como mis mejores, pero esta vez me gusto. Tenía un algo. Se podía decir que la hizo una persona inspirada sin ninguna razón en particular. Se la di a mi amiga.
-Es hermosa,-dijo.
-¿Cómo cuanto tiempo crees que dure el tulipán hasta pudrirse?
-Una semana, tal vez.
Una semana. Me tarde alrededor de un minuto haciendo la flor de papel. En una semana podré hacer unas 10080 flores de papel, cuando mucho. Tendré que apurarme.
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Todavia no me dice si firmar con mi bullshit pen name...Firmaré con mi propio (aburrido) nombre por lo pronto. (XD) Este me gustó.

sábado, 8 de enero de 2011

De sueños de sueños

Lupus Ignis
Despertó. Antes de despegar los párpados lagañosos, se concentró en estirar su cuerpo lentamente. Era adicto a aquel dolor delicioso y embriagador que sólo se puede sentir al estirar los músculos agarrotados después de horas de no moverse. Aún sin abrir los ojos, hizo que tronaran las oxidadas coyunturas a lo largo de su cuerpo. Sólo entonces se dispuso, muy a regañadientes, a saludar al techo de su apartamento, como cada mañana.
Mientras se incorporaba con lentitud agonizante, su mente borraba de su memoria consciente el sueño de la noche anterior. Se dio cuenta de cómo las imágenes tenían cada vez menos sentido en su mente, y trató, instintivamente, de aferrarse a ellas, impulso probablemente resultado de una aversión muy humana por esa sensación de pérdida de control.
Un hombre. Un hombre en gabardina. Lluvia. Flash. El hombre voltea. Una sonrisa. Abre la mano, de ella emerge una mariposa.
¿De qué era el sueño? ¿Tendría sentido?
Una de sus manos recorrió desde su nuca hasta su rostro aún adormilado, en un intento por limpiar el sopor que rodeara su cabeza.
Sueños. Su padre solía hablarle de ellos cuando era pequeño. Memorias escondidas entre el laberinto de su mente regresaron, tímidamente, a él. Cada noche, antes de dormir, su padre le contaba historias. Pero no eran los mismos cuentos monótonos que les leyeron a todos en algún momento de su infancia, no, las historias que su padre le había obsequiado eran distintas, le gustaba pensar que especiales.
Su padre le contaba sueños.
Sueños de jirafas azules invisibles, edificios de cuyas paredes manaba resina, calles de piel de serpiente, hombres que enfermaban y se convertían en rinocerontes.
Las historias de su padre le habían maravillado. Tal vez por ser tan pequeño, tal vez por la emoción con la que las narraba su padre, gesticulando hasta con los ojos.
Junto con la nostalgia que se había escabullido silenciosamente llegó también un sentimiento de pérdida. ¿Por qué había dejado de escuchar los maravillosos cuentos de su padre?
Aquella última noche de cuentos la recordaba un poco. Todo había sido por preguntar, por interrumpir. No podía acordarse de qué trataba la historia de aquella noche, a pesar de que muchas de las otras que había escuchado las tenía presentes con una claridad impresionante. Sólo sabía que mientras la grave voz de su padre había narrado lo que seguramente era una increíble aventura, la lluvia golpeteaba en la ventana. Entonces, de la nada, sin una razón consiente, interrumpió el relato de su padre.
Eso no puede ser verdad, dijo, algo molesto, Esas cosas no pueden haber pasado. Su padre lo miró. Recordó esos ojos por sólo un instante. En ellos brillaba un deseo, un deseo que intentaba desesperadamente salir y ser saciado. ¿Cómo lo sabes? Había dicho él, después de un largo silencio del que no se había percatado la primera vez. ¿Cómo puedes saber que esto realmente no pasó?, preguntaba la voz de su padre, un borde de desesperación en sus palabras. Porque es… tonto. Es tonto que algo así pueda pasar, había dicho él, inseguro de sus palabras, pero seguro de la imposibilidad de aquellos hermosos mundos que su padre le había obsequiado. Te equivocas, dijo su padre, Te equivocas, porque todas estas historias pasaron en verdad. Mentira, respondió él, cruzándose de brazos y frunciendo las cejas en lo que probablemente fue un gesto muy infantil. Todas estas historias, continuó su padre, Pasaron realmente. Aquí, afirmó, tocándose con los dedos de una mano temblorosa la sien. Los sueños, Jorge, son tan reales como tú y yo. Los sueños ocurren en nuestras mentes como nosotros ocurrimos en este mundo. ¿Acaso no te consideras real?
Recuerda haberse enojado con aquellas palabras, palabras confusas que nublaban su joven mente como la lluvia distorsionaba el paisaje distante. Entonces había mirado por sobre la cabeza de su padre, y su enojo se había evaporado en seguida frente a las llamas del temor. Su madre lo miraba. Lo miraba con tantas emociones hirviendo en sus pupilas de acero líquido que dio un paso atrás, haciendo que su padre volteara. ¿Lo había estado mirando a él, o a su padre? Ahora no podía estar seguro, tal vez no había sido a él. Sin importar para quien había sido toda esa furia, toda esa repulsión y odio que de joven no había comprendido, le asustaron. La mano pálida agarrada firmemente de la perilla, su madre hizo un gesto brusco a su padre con la cabeza. Su padre lo miró entonces, la desesperación que antes sólo delineara sus palabras ahora claramente visible. No olvides, había susurrado, dándole tal aire de importancia a la conversación que aún hoy sigue grabada en sus oídos, mente y corazón, No olvides que los sueños son reales. Nunca lo olvides.
Entonces su madre había emitido un sonido que no había podido identificar, pero que había ahogado todo aire de confidencialidad, toda respuesta, toda emotividad que pudo haber seguido a aquellas últimas palabras. Su padre se levantó, y salió junto con su madre, sin mirar atrás una sola vez.
Recuerda haberse ido a dormir entonces y haber escuchado gritos furiosos en sus sueños –o tal vez entre sueños, todo había sido hacía demasiado tiempo –y al despertar a la mañana siguiente, su padre no estaba. Y no regresaría nunca.

Sacudió la cabeza, sintiendo la tensión que los recuerdos habían traído sobre su cuello y sus hombros, y se levantó de la cama para dirigirse a la ducha.
Nunca lo olvides, había dicho su padre. Nunca lo olvides.
Un hombre. Un hombre en gabardina. Lluvia.
Por un segundo, sólo un segundo, su mente imaginó que el hombre podía existir.
Que existía en sus sueños como él en el mundo. Flash.
Se metió bajo las gotas de agua caliente, sumergido en sus recuerdos. En sus sueños… ¿realidades?
El agua caía a chorros sobre su cabeza. Entonces el sonido de los diamantes líquidos estrellándose contra el suelo llenó sus oídos. La imagen borrosa de su ventana aquella noche regresó. Luego un hombre en gabardina. Llovía.
¿Cómo puedes saber que esto realmente no pasó?, preguntaba la voz de su padre. ¿Cómo?¿Cómo? Repetía una voz susurrante, una voz tanteadora, desconocida.
Flash.
Emerge una mariposa.
Sus alas plateadas bailan con la lluvia, pero son sus ojos los que observa. Ojos negros, brillantes. Ojos muertos pero llenos de vida. Entonces observa el reflejo de aquellas esferas de ónix, y encuentra a un hombre. No es un hombre en gabardina.
Es un hombre que se baña.
Flash. El hombre voltea. Una sonrisa.
El agua seguía cayendo sin descanso. No se oía otra cosa que el golpeteo del agua contra el suelo.
¿Acaso no te consideras real?
Un sueño. Sólo un sueño.
¿Acaso no te consideras real?
Sueña a un hombre en gabardina. Que voltea. Que sonríe. Que lleva una mariposa.
Lleva una mariposa, que lo sueña a él.
Flash.
Abre los ojos. No recuerda haberlos cerrado.
Atranca la llave de la bañera, y sale del cuarto de baño, invadido por la niebla del vapor de agua.
Su padre solía contarle historias.
Se dirige al armario, donde se viste rápidamente a pesar de que una bizarra calma se vierte sobre su mente, helándolo todo. Por último, saca de lo más hondo del armario, cubierta por una capa de telarañas y polvo, la gabardina de su padre.
Un susurro en la nuca le hace voltear hacia la única ventana de la habitación. Afuera una mariposa aletea, sus alas plateadas de papel de arroz destellando bajo los rayos del sol de verano.

De desayunos y comida

Lupus Ignis
Miró su plato de cereal y soltó un bufido.
-¿Qué tienes ahora, Jorge?
El hombre contestó sin levantar la vista del tazón repleto de leche y hojuelas color cartón.
-Ya no quiero comida.
Sin sobresalto alguno, la mujer contraatacó con voz calmada.
-¿No quieres más cereal?
-No. Ya no quiero comida, estoy harto de la comida.
Acto seguido el tazón de cereal fue arrojado por la coladera de la cocina.
-¿Cómo piensas vivir sin comida? -dijo su esposa, mientras pasaba la página del periódico local. Pero Jorge no estaba para escuchar preguntas sin importancia ni sentido, había cuestiones vitales que atender.
-Todos los días es lo mismo: desayunamos comida, comemos comida y cenamos comida. Es de lo único de lo que nos alimentamos. ¡Estoy harto! ¿Quién ha dicho que lo único que podemos desayunar, comer y cenar es comida?
El fantasma de una sonrisa apareció en la boca de su mujer mientras rodaba los ojos.
-¿Qué te gustaría desayunar, entonces?
El tamaño e importancia del asunto impulsaban a Jorge a recorrer la cocina sin destino fijo, sin poder detener ni sus pies ni su lengua.
-¡Pues algo que no sea lo mismo!
-¿Cómo qué? -preguntó ella, mientras con su pluma roja marcaba un aviso que aparecía en el periódico anunciando una estética nueva. Jorge trataba desesperadamente de resolver esta cuestión existencial. ¿Es que acaso su mujer no podía ver la desesperación que escapaba de sus ojos, buscando respuestas en el techo, en los azulejos color vómito, en las cortinas descoloridas, en las ollas oxidadas?
-¡Vaya pregunta, habiendo tantas cosas que no son comida! ¿Qué tal si quiero desayunar colores?, ¿o ideas?¿Qué tal si se me antoja cenar formas, comer olores y merendar sentimientos?, ¿quién me lo va a impedir?
-Nadie, Jorge, nadie.
-¿Entonces por qué no puedo? ¡Hay alguien que me lo impide! ¿Cuál es la razón por la que no me dejan? ¡Exijo una respuesta!
La mujer dejó el periódico y se dirigió tranquilamente a lavar la loza. Sin mirar a su esposo, le dijo con una voz suave y calmada:
-Tal vez no comes eso porque no sabe bien. La comida sabe bien, ¿por qué comer algo más?
Jorge detuvo su frenético paseo, dando la impresión de haber chocado con una bandada de avestruces invisibles.
-¡Mientes!¡Hay comida que no sabe bien! ¿Cómo puedo saber que algo sabe mal si nunca lo he probado?, ¿si nunca me dan la oportunidad de probarlo? ¡Esto es una violación a mis derechos! ¡Exijo que se me permita desayunar espectros, comer bidimensionalidades y cenar sensaciones!
Ecos ensordecedores resonaron en cada centímetro de la casa, la cocina y la cabeza de Jorge. Desde la iglesia, estruendosas campanadas anunciaban las 8 de la mañana.
-¡Demonios, quedé de ver a Gabriel en media hora!
Tomó con rapidez el saco colgado en el perchero y se lo puso casi instintivamente mientras alargaba la mano libre hacia el viejo maletín de cuero que estaba sobre la mesa. Su mujer apresurada dejó los trastes para ir a abrirle la puerta principal.
-El proyecto debería tomarnos aproximadamente unos tres años... -murmuraba Jorge, al tiempo que avanzaba hacia la puerta con pasos mecánicos. Besó a su esposa, como todos los días y se dispuso a salir.
-Más tarde iré a hacer el mandado, ¿Prefieres salmón o pasta para hoy?
-Pasta está bien. Te veo en la noche.
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Este sí va corregido, ¿qué les parece ahora?

Oscuridad

Lupus Ignis
Lo primero que asimilé al regresar, fue la tibieza y suavidad de las sábanas de seda que me envolvían. Poco a poco, guiado por la familiaridad, fui recobrando las escurridizas memorias que revoloteaban inquietas en mi mente... la luz se acerca, un grito, la luz me envuelve... nada.
Un escalofrío me sacudió las vertebras.
Como una mariposa que recién llega al mundo después de su metamorfosis, fui redescubriendo mis brazos, mis piernas... y adjunto llegó también un escozor profundo, como predecesor de lo que parecía haber sido un dolor agonizante. A continuación el sonido comenzó a regresar a este mundo en el que no me había percatado de que faltaba.
--... no sabemos si...
-- ¡está despertando!
Pareció que la habitación entera dejó de respirar.
Animado por estas señales de que me encontraba, efectivamente, en el mundo de los vivos, decidí abrir los ojos para enterarme de quién se encontraba junto a mi cama. Sentí las lagañas despegarse lentamente y...
Nada.
Entrecerrando mis ojos en un intento de atravesar esta oscuridad aparentemente total, no logré mejora alguna.
Un sollozo resonó seco en la habitación.
--Qué...?
Me oí murmurar con la voz rasposa, mientras lentamente levantaba una de mis manos a mi rostro. Al tocar mis ojos tuve que alejarla de inmediato. Estaban abiertos.
Y la oscuridad no se iba.
Por un largo minuto, no comprendí que sucedía. La luz se había ido, mis ojos ardían, mi cuerpo temblaba, como si hubiera entendido lo que pasaba antes de que mi mente lo procesara.
--Por favor, mantenga la calma...
--no te preocupes aún, no sabemos... puede que no sea permanente...
Llegó de golpe, justo cuando las voces que me rodeaban desaparecían ante el monumental descubrimiento que tenía que asimilar.
No más luz.
El mundo daba vueltas a mi alrededor. Ni siquiera me di cuenta cuando las lágrimas frías y saladas comenzaron a brotar de mis inútiles ojos. Ciego.
--¡No!
Escuché que alguien susurraba, y en seguida estalló un grito desgarrador.
Me tomó un par de segundos darme cuenta que era mío.
Traté de levantarme de la cama, ignorando el mareo, el dolor y esfuerzo que esto implicaba.
Me sorprende haberme podido sostener por más de un segundo antes de que mis rodillas conectaran con el duro suelo de madera antigua. Manos y brazos no tardaron en hacer contacto con mi cuerpo, tratando de frenarme, de inmovilizarme, pero la adrenalina que bombeaba en mi sangre al parecer me dio la fuerza que nunca poseí, y así, tropezando, más a gatas que a pie, llegué a la esquina de la habitación.
Temblando aún, medio de frío, medio de terror, aprisioné mis piernas en un abrazo feroz, mientras murmuraba incoherencias.
No podía pensar en nada. Ni en mi situación, ni en el dolor, ni en las implicaciones de la ceguera... Solo pensaba, ¡no!, sentía el miedo. Como un millar de alfileres en el cuerpo, o centenas de hormigas en el estómago. El miedo me envolvía completamente, no había lugar para nada más. Y la oscuridad seguía ahí.
Parecía eterna, como si además de llevarse del mundo las imágenes, se hubiera llevado el tiempo, el espacio, la realidad... Pasaron horas, o minutos, no lo sé, y entonces…
--aquí estoy.
La voz era clara, y dentro de la oscuridad que me poseía, resonaba con un eco eterno.
--aquí estoy.
Repitió la misma voz, con el mismo tono tranquilo, que me contagiaba algo de aquella calma.
--aquí, aquí estoy. Calma.
Y el suelo regresó bajo mis pies. Usando aquella voz pacificadora como ancla, me fui acercando nuevamente a la realidad.
--aquí.
Como una descarga eléctrica sorpresa, sentí el ligero roce de algo contra mí, me encogí instintivamente frente al contacto, mientras sentía como el miedo volvía a mí.
--soy yo. Aquí.
Y el roce regresó, por más tiempo, deteniéndose ligeramente al hacer contacto con mi piel, enviando escalofríos por todo mi cuerpo. Pero el miedo dejó de crecer.
El tímido contacto se convirtió lentamente en la palma completa de una mano, apoyándose suavemente en mi hombro.
La pared de la habitación volvió a estar contra mi espalda. Y esta oscuridad de pronto no parecía tan densa e impenetrable.
--Aquí estoy.
La mano sobre mi hombro comenzó a moverse lentamente a lo largo de mi brazo, el contacto físico taladrando mi recientemente adquirida sensibilidad. Los cabellos de la nuca se me erizaron, todo mi cuerpo parecía temblar más y estar más tenso, pero mi mente... en mi mente las sombras se disipaban, como si esas caricias fueran limpiando toda la locura, todo el pánico. Esa mano acariciando mi brazo lentamente era una señal, una señal de que el mundo no había desaparecido, una señal de que seguía vivo, una señal... una señal de esperanza.
Cuando otra mano tomó mi hombro opuesto de la misma forma segura y tranquila, algo dentro de mí se quebró.
Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba llorando. Podía sentir las lágrimas corriendo por mi rostro ya húmedo, podía sentir las finas vetas de la madera bajo mis pies...
Sentir. Era casi como si fuera real.
Mi frente se encontró pronto con un material suave, mi nariz, apoyada en el mismo material, detectaba un ligero olor desconocido para mí. Y la voz seguía ahí. Y las manos seguían ahí.
Entendí entonces que había dejado caer mi cabeza, que ahora estaba apoyada en el hombro del dueño de los brazos que me rodeaban, y probablemente de la voz que cual bastón de Moisés, abría una brecha en la impenetrable oscuridad. Oscuridad... también seguía ahí. Mis ojos ahora cerrados seguían dejando escapar las lágrimas que no cabían dentro de mi angustia. Este mundo no era real, éste no era el mundo que conocía. Aquí las tinieblas reinaban, los colores estaban extintos hasta de mi imaginación y el dolor de la pérdida razgaba mi alma interminablemente.
Este mundo no era real... pero, ¿alguna vez lo habría sido?
El repentino pensamiento detuvo mis temblores por completo. Mi cuerpo se volvió pesado como el mármol, y se hubiera derrumbado como la estatua de una ciudad invadida de no ser por el firme cuerpo que me envolvía con sus brazos. ¿Es que acaso no era una idea descabellada e impactante?¿Qué tan reales habían sido esos colores que añoro de esta forma?
Pero nada de esto importaba ahora, pues no los volvería a ver ningún día pronto, si mis aterradoras sospechas resultaban ciertas. Yo sabía que lo eran. Y entonces, me di cuenta que aquellos firmes brazos que me seguían sosteniendo no tenían color o forma que pudiera apreciar. Era yo abrazado por la mismísima oscuridad a la que tanto temía.
Y así volví a perder la consciencia en los brazos de la oscuridad.
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Acordamos publicar todo lo que hemos llevado al taller, así que aquí va. Me temo que no he podido corregir lo que me mencionaron, lo publico tal como estaba cuando lo leí la primera vez.

viernes, 7 de enero de 2011

Ahogado en Rojo

Ahogado en Rojo
He tenido un sueño recurrente. El problema es que nunca lo recuerdo. Solo las sensaciones, los presentimientos, los colores y las intuiciones que ese sueño me da quedan en mí. Ese sueño está olvidado.
Pero hay otro sueño. A veces, cuando despierto lleno de sudor por el otro sueño y me vuelvo a dormir como a las tres de la madrugada sueño con otro sueño. Siempre he llamado a este sueño el “sueño mejor” o quizás más bien el “sueño no tan malo”, pues fuera de estos dos sueños nunca sueño con nada. Tratando de recordar el sueño olvidado, que es infinitamente más horrible que el sueño recordado decidí escribir el segundo sueño, solo entonces me di cuenta de la verdadera naturaleza del segundo sueño.
Aquí lo describo lo mejor que lo pude recordar.
En una ciudad, mi ciudad tal vez, hay un hospital. Yo entro en ese hospital. Está vacío. Tal vez haya niebla dentro de él, tal vez. Ahora mismo no lo recuerdo. Es extraño, puedo recordar cosas más específicas. Pero ese dato no. Aunque es algo que en los sueños siempre se ve, que hay niebla en todas partes, no puedo estar seguro si en este mi sueño se encontraba esta proverbial niebla. Y en esos corredores, que eran blancos y que no tenían niebla, yo caminé.
En las orillas de los corredores habían camillas. Estaban manchadas de sangre. Recuerdo que así era, pero no recuerdo que forma tenían las manchas. ¿Forma de un patíbulo, quizás? ¿Una mancha de Roschach? Más bien eran las primeras gotas de lluvia en un día de agosto, pero en rojo. Las camillas continuaban. Eran una fila. Yo la seguí. El corredor bajaba, era empinado. Yo lo seguí. Continuaba hasta las entrañas de la tierra, por kilómetros, años luz, continuaba. Y siempre era blanco.
En algún punto las camillas terminan. Entonces yo no me doy cuenta. Busco otra cosa, un sonido cortante, amargo, liquido que se siente a la lejanía cercana. Corro, me arrastro, camino tras ese sonido. Sólo quiero saber qué es. ¿Son pasos? ¿Son risas? ¿Es la maldición de un satanás? A la fecha no lo sé, nunca lo encontré o no lo recuerdo.
Entre los corredores, que son siempre blancos y que dan vueltas en sí mismos, que son un laberinto y que están vacios, algo me toca. En la espalda. O más bien lo vi. En el rabillo del ojo, izquierdo o derecho. Tampoco sé lo que era. Estoy fúrico, nada ahí tiene sentido, nada ahí es nada, yo doy vueltas, muevo los brazos, trato de tocarlo. Pero no hay nada, no hay nada. Finjo que creo que se a donde se ha ido y corro entre los pasillos vacios. Al final llego a un cuarto especial, que no se ve diferente a los demás. Y yo finjo que ahí es donde quería llegar.
El cuarto no tiene techo. Continua hacia arriba, hacia arriba, y no le veo final. Yo veo hacia arriba, y me da nauseas. Quiero vomitar
Vomito.
Lo que sale de mi boca es sangre. Caí al piso, hace una macha en el piso blanco. Pero no dejo de vomitar. El vomito cae y cae de mi boca, la sangre rebota en las esquinas de la habitación. La puerta alguien la cerró. ¿Habrá sido el sonido que oí, habrá sido lo que perseguí aunque sabía que no lo encontraría?
La sangre se acumula. Yo no puedo dejar de vomitarla. Me moja los calcetines. Empieza a subir por mis piernas. Se acumula. Es un torrente rojo. Rebota con las paredes, mancha con sus gotas la parte de la pared que todavía no alcanza. Hace ruidos. Y yo continuo vomitando. Me empieza a tocar los brazos, mis pies se levantan del fondo, el torrente de mi boca se hace una con la superficie de la sangre.
Luego ya me llega a la cabeza. Y ya no puedo respirar. Casi no veo debajo de la sangre. Tal veza ya deje de vomitar. No lo sé. Pero ya no puedo respirar. Me ahogo. Muero. Y entonces muero.
Estoy yo, muerto en la sangre. Tal vez mi cuerpo no dejo de vomitar esa sangre. Porque sigue creciendo, sigue acercándose a la cima de ese pozo blanco que es la habitación. Mi cuerpo está en medio de ese torrente. Extrañamente, aunque ya estoy muerto, todavía me duelo.
Me duele todo. Toda la piel, cada parte del cuerpo que está en contacto con esa sangre. Las puntas de los dedos me queman. Siento que la carne se me derrite, la sangre me la derrite. Las yemas de mis dedos se rompen como uvas a las que les han puesto presión, la sangre que está dentro de ellas se une a la sangre de fuera, todo, piel, carne, sangre y hueso se deshacen y se hacen más sangre, y lo mismo paso con todo mi cuerpo, yo me hago uno con la sangre y entre todo eso no me deja de dolor, siento el calor de esa sangre, siento el golpe de cada gota contra mí mismo aun cuando he dejado de ser yo mismo y después me desparramo por toda esa sangre y la sangre sigue creciendo y al final sobrepasa o sobrepasamos o sobrepaso ese pozo e inunda todo el hospital, llena todos los cuartos y los corredores que parecían infinitos hasta que hace presión con las ventanas y entonces rompe las ventanas.
Y la sangre, que soy yo, se dispara en un maremoto infinito sobre la ciudad. Siento como cada gota de mi golpea contra los vidrios de los rascacielos, contra el pavimento. Siento como lluevo antes de que la masa de la ola haga colisión, siento como me revolcó por todas partes. LA gente que camina por la ciudad se la lleva su sangre, a ellos y a ellas también les quema, también se deshacen y se hacen Instrumentalidad y también se hacen uno con la sangre y entonces ya no soy ni soy uno con la sangre sino que somos. Nosotros somos. La sangre avanza, irremplazable, implacable, imperativa e imprecisa y se come al mundo. A veces veo los cuerpos y los pensamientos de las demás personas. Y las llamas de las estrellas expiraron. Y lo rojo, y lo rojo y lo rojo lo dominaron todo.
Entonces despierto, miro con fastidio que me desperté media hora antes de la hora en que sueña mi despertador, opto por no volverme a dormir, bajo, me tomo un café y miro el amanecer.

Siempreviva

Siempreviva & Cía.
Nota publicada en la edición de noviembre de la revista A Monthly Orange:
“Carisma de un Villano Publico”
Por Armando Céspedes
“¿Cómo es que he llegado aquí?”, pregunta retóricamente Armando Reed, CEO de Siempreviva & CO. , empresa líder mundial en el mercado del asesinato ha pedido. Es martes por la noche de un septiembre que se vuelca al otoño, el aire es fresco en las mesas del balcón del XXXXXXX, y la comida es deliciosa. “Me molesta mucho el elitismo de comer en restaurantes elegantes, yo vengo por una deliciosa comida, no por el prestigio de venir. En ocasiones normales Jaco, mi guardaespaldas, cenaría aquí, sentado conmigo”, me dice mientras corta un pedazo de un delicado filete. Contrario a la impresión del público acerca de él de un psicópata cruel y sanguinario, en el trato el Señor Reed es un personaje carismático y agradable, con una sonrisa angelical y un aire de refinación extrema, que da la impresión de que se vería igual de aristocrático en ropa interior a como se ve con el magnífico traje italiano que lleva puesto. “Me maravilla mi ciudad. No solo porque es mía. Nada se compara con comer en Monterrey, con las luces de la ciudad por debajo y las montañas sobre ti”, estima con una sonrisa pacifica. El área ha sido cerrada para su nuestra entrevista, hay un fuerte rumor de que francotiradores están estacionados en todo edificio lindante, la policía fue movilizado para su protección. Pero él se ve perfectamente calmado, relajado incluso, ante el peligro al que se expone con simplemente salir a la calle. “Es todo parte del negocio, si vives matando tienes que entender que el que te dispare un francotirador es muerte natural. Una vez que aceptas eso, y que proteges a tu familia, puedes comer en paz de nuevo”.
-Existen muchas personas que lo ven a usted como a una especia de demonio hecho humano. ¿No se siente usted perturbado en algún sentido por semejantes acusaciones?
AR: En lo absoluto. Cualquier persona que haya llegado hasta un lugar privilegiado en una organización debe esperar una cantidad significante de críticos. Más si, como yo, se ha tenido éxito en un campo revolucionario.
-¿Considera usted el advenimiento de las empresas publicas de asesinato a sueldo como algo revolucionario?
AR: Revolucionario en definitiva. Eso es algo que todos, incluidos mis enemigos mas acérrimos, tienen que concedernos. Nunca hubo nada parecido como nosotros. Cuidamos la privacidad, permitimos el secreto. Sin embargo, cuando nos preguntan qué es lo que hacemos para vivir, solo contestamos: “matar” y lo decimos de forma similar a como un zapatero diría “arreglar zapatos” o un vendedor ”vender”.
-Quisiera explorar mas esto: su visión de su profesión; ¿diría usted que es romántica, o más bien pragmática?
AR: Definitivamente pragmática. Soy asesino a sueldo como pude haber sido florero o carpintero. “Los caminos de la vida”. Existen, definitivamente e incluso entre mis empleados y socios, gente que lo ve con una manía impresionante; o con cierto romanticismo de supervivencia del más apto o de purificación social. Yo no tengo nada de eso. Morir es solo parte de la vida. Por eso, no veo porque matar debería ser diferente de pasear un perro, rentar una película. Es simplemente, un trabajo, esto a lo que me dedico; y no triunfaría de no ser porque muchos lo ven de esa misma manera.
-Perdóneme la intrusión pero-¿nunca se ha sentido culpable, aunque sea un poco?
AR: En lo absoluto mi querido tocayo, eso es algo que jamás me ha sucedido. Siempre vienen conmigo y me dicen que soy una persona horrible, que debería de tener vergüenza, que debería de pensar en todas las personas que han muerto gracias a mí. A mí me dan risa. ¿Cuántas personas no matamos día a día? Quizás no físicamente, pero si en la mente, si en las emociones, si en el deseo. Yo externalizo esa violencia, le doy una expresión. He dicho ser sumamente pragmático, pero ni siquiera yo estoy privado en todo momento de algún romanticismo. Pues aquí te digo que si hay algún idealismo en la mente de Armando Reed es justamente eso: que lo que hago no es una abominación sino lo más natural que un ser humano puede hacer; que al hacer esto, al causar la muerte de tantas personas, nosotros también ayudamos a hacer el mundo un mejor lugar.
-¿Podría por favor ahondar en ese punto?
AR: Por supuesto. Veras, todos tenemos rencores, todos tenemos odios. Difícilmente los externamos, pero muchas veces se escapan inadvertidamente. Pero generalmente se mantienen dentro de nosotros, con ellos nos convertimos en criaturas de odio, viviendo enojadas con el mundo. Yo evito eso. Al externalizar el enojo de los desesperados, al permitir la muerte de aquellas personas que son odiadas con un odio más ardiente que mil soles, entonces las personas normales; aquellos que no requieren de nuestros servicios, son personas más relajadas, mas controladas, más buenas. Esto es porque saben que podrían matar a todo el que odien, y no lo hacen porque no quieren. Además, quiero que conste que Siempreviva ® solo actúa en países donde la constitución permite el funcionamiento de grupos similares, y que siempre mantenemos rigurosos requisitos para la utilización de nuestros servicios.
-Algo que sorprende mucho a la gente es lo organizado que es su empresa. Nada de locos con katanas, nada de gente aterradora viendo a las ehm…
AR:”Objetivos”
-Objetivos, así es. Todo lo que hacen lo hacen con un protocolo y un sistema. Por lo que he oído hasta los asesinos mismos son calificados en cuestiones de calidad.
-¡Por supuesto! ¿Merece un cliente que ha pagado millones los servicios de un novicio? Calificamos nuestros asesinos en cuestiones de efectividad, sigilo, rapidez, pulcritud. También quiero hacer constancia de que todos nuestros métodos de asesinato son totalmente indoloros para los objetivos. “Mata, no lastimes” es nuestro motto extraoficial.
-Ese es un punto de polémica, Sr. Reed. Hay quienes están seguros de que su empresa también ofrece servicio de-si me permite leer mis notas-“Apoyo a Violaciones, Tortura Esquemática, Tortura-Espectáculo, Muerte Rencorosa, Muerte Humillante, Muerte Miseria, Combos Triples, Apoyo a suicidio, Suicidio falso y asesinato de animales”. ¿No es esto un serio contraste con su posición de-Ehm-“Mata y no lastimes”?
AR: Bah. Por supuesto que tenemos la posibilidad de personalizar los asesinitas. Esto es libre empresa, ¿no? Que sería una libre empresa sin la posibilidad de dar satisfacción personalizada a los clientes, que al fin al cabo nos confían con su dinero para que les brindemos el mejor servicio posible. Ese es, el verdadero moto de Siempreviva INC desde sus inicios: “Lo Mejor, Siempre”.
-El nombre de la empresa es algo que ha causado enorme morbo—Ehm, “curiosidad” en muchos de nuestros lectores. ¿Por qué una empresa dedicada abiertamente al asesinato a sueldo se llama “Siempreviva”?
AR. Mentiría si dijera que los que la nombramos no nos atrajo la ironía. Pero esto tampoco significa que carezca de un significado. Significado que-por supuesto-tiene todas las raíces del pensamiento humanista que se podría esperar de una empresa de prestigio.
-¿Entonces?
AR. “Siempreviva” es la sociedad. Podemos matar a unos cuantos, pero la sociedad estará siempre viva. Y por eso, damos un brindis.
(Doy un brindis con un vino asquerosamente caro a este señor de mirada amable.)
Ar: Y así, hemos pensado desde nuestra fundación.
-Ese, señor Reed, es un punto que nos morimos por explorar. ¿Cómo tomo lugar algo como Siempreviva?
AR: Como la gran mayoría de las grandes cosas tuvo más que ver con suerte que con esfuerzo o dedicación o esas patrañas. No soy-a diferencia de mis iguales-lo bastante arrogante como para querer plantearlo de otra forma.
Todo empezó cuando estaba en mis años de estudiantes. Un joven, nuevo en la ciudad, recién llegado de Veracruz, se quedo platicando conmigo un rato en una tarde aburrida. Su nombre era Roberto Dzugashvili. Los dos empezamos a hablar de cosas de chicos normales: suicidio, asesinato, cuanto queríamos matar a todo mundo, etc. ¡Ya sabe como son los chicos! El punto es, después de un rato, decidimos como quien no quiere la cosa matar a cierta personita que nos estaba dando problemas. Hicimos un plan, lo ejecutamos (Ja, Ja.) y puf. Persona muerta. Consecuencias: cero. La justicia solo está para aquellos lo bastante idiotas como para dejarse escapar. De ahí una cosa llevo a la otra. Otro amigo nos pidió que matáramos a fulana de tal, fuimos y la matamos. Luego otro quería darle patabum a petangana. Kabum. Continuamos y continuamos, e impresionantemente no solo la gente nos pedía nuestros servicios, sino que nos pedía colaboración. Quería ser parte de nosotros, querían formar una hermandad. Dzugashvili y yo no nos hicimos de rogar y aceptamos. Así se dio inicio Siempreviva. Todavía recuerdo a todos los originales: Pérez Roble, un señor oficinista que nos pidió que le ayudáramos a matar a su jefe, a su secretaria y a su esposa que al final se termino coinvirtiendo en uno más de nosotros, su habilidad para el orden fue lo que en un principio permitió a Siempreviva alzarse como una organización seria; los gemelos Hellena y Viktor Faria, que mataban personas con espadas y recitando poemas, eran algo raros; Vic Steinbreisser, un estudiante de secundaria que nunca sonreía, Liam Rosales, todavía recuerdo la sonrisa en sus labios cada vez que atravesaba una pared de una casa con su convertible rosa, murió cuando trato de hacer lo mismo con un rascacielos, desde el estacionamiento de al lado, en el decimo piso; los Von Der Wanderwondervöt, una familia de esposa, esposa, hijo e hija que mataban juntos y se tomaban fotos entre los cadáveres; y Dzugashvili, todavía lo recuerdo vestido siempre con ropa de oficina y actitud irónica, con su horrible, horrible afro gigantesco y esa Magnum ridícula que aprecia un mini-cañón. Y por supuesto yo, único hombre cuerdo entre tanto desjuiciado.
Pero todo de forma natural, claro, claro. Y todo muy bien.
-Nunca había oído el nombre de ninguno de ellos. ¿Qué les paso?
AR. Ah, bueno.
(Resoplo humo de su cigarro, mirando al cielo con las cejas levantadas en una melancolía cómica)
Los caminos de la vida, te digo. A ver. Pérez Roble murió, no me acuerdo como. De los Faria recuerdo que Viktor murió primero y que Hellena se mantuvo con nosotros mucho tiempo, pero se puso media rara y la mandaron a un manicomio. Steinbreisser creo que lo dejo por la paz, se convirtió en hombre de familia, vive en Oaxaca o por ahí. Rosales ya te dije. Los Von Der Wanderwondervöt creo que se mataron ente ellos. Dzugashvili lo mate yo (que cosas, eh?). Y ya. Todas las hojas secas se caen de las ramas.
(Tomo otra bocanada de su cigarro y miro hacia las estrellas.
De repente, se oyó un disparo. Jaco inmediatamente salto y sacó como de la nada dos pistolas automáticas que disparo como loco a la oscuridad. Reed se movió tan rápido que ni siquiera pude verlo.
Otro hombre salto de una de las mesas lindantes y saco un cuchillo y corrió hacia Reed. Reed, como un rayo, como que lo agarro y antes de que pudiera darme cuenta el hombre estallo en sangre.
Reed me ayudo a levantarme.
“Llevo cincuenta años en el oficio, mijo, esto es para mí rutina diaria”
Jaco le murmuró a Reed que todos estaban muertos. Como podía hacerlo o asegurarlo en la oscuridad, no lo sé.
Reed miro hacia el lugar lleno de sangre y me dijo que si quería terminaríamos la entrevista otro día, pero que de todas formas lo último que dijo le parecía un buen final. Menciono que vivir era una cosa y tentar al destino era otra. Me dije que me cuidara.
“Después de todo, eso es todo lo que queremos. Vivir, y vivir felices, ¿no?”)

jueves, 6 de enero de 2011

Así es como es

Así es como es
Un joven, de mirada tímida, caminaba por un parque solitario. Era un día de verano, de los últimos antes del equinoccio cuando el calor se te pega en la piel y los grillos cantan como el sonido blanco de una sala de interrogación. El cielo tenía ese particular color azul intenso que daba a entender que ese mismo azul se convertiría en poco en rojo. Pero el rojo todavía no llegaba y seguramente no llegaría hasta dentro de un rato. Mirar ese cielo con su color inconcluso daba al alma una cierta ansiedad; un conflicto entre el no querer voltear de ver el cielo para finalmente ver el lento e inevitable cambio a un rojo carmesí y el fastidio causado por que el color todavía firmemente azul aseguraba que no sería hasta dentro de mucho que la noche cayera sobre esta ciudad, lo que daban ganas de voltearte. Marcelo ni veía el cielo ni lo rehuía (porque nunca había querido el cambio del cielo o siquiera observado su color) sino que miraba como al piso, observando cómo a cada paso sus pies aparecían en el piso a las orillas de sus ojos si cerraba un poco sus parpados; tratando de distraerse mientras avanzaba a donde él sabría que estaría.
Finalmente llegó donde la cancha de basquetbol, donde Agustina, de mirada pacifica, tiraba a las inusualmente altas canastas de ese parque, nunca anotando nada. Él sabía que ella siempre venia aquí cuando estaba de mal humor, porque la cuadra es muy solitaria y cuando el balón golpea los tableros el eco puede ser oído por muchas calles a la redonda. Como si los golpes afectaran, como si hicieran algo.
La muchacha, que había estado entretenida botando (mal) el balón, de repente volteó a verlo—lo cual sorprendió a Marcelo porque él dio por sentado que ni sabía que estaba ahí ni le importaba que estuviera. Mantuvo su mirada un rato, mientras seguía botando. Nadie habló.
El silencio había estado entre ellos desde un principio. No sabía como había empezado, pero un día se había descubierto pensando en ella. Y ya unos días después estaban juntos todo el tiempo, ella quejándose de cualquier cosa y él sentado a su lado jugando con la tierra o rompiendo una flor, escuchándola a medias. No es, claro está, que ellos tuvieron jamás una relación “normal”. Con ella algo semejante era un mero sueño.
Arqueando el cuerpo, la muchacha tiró el balón hacia la canasta. La bola pego en el tablero y rodo en el aro, para después caer sin haber entrado. La muchacha suspiro. No era por el balón.
-Sería tonto creer que podrías haber venido a hablar de cualquier otra cosa, ¿verdad?
El joven no respondió. La veía con ojos llorosos, de niño decepcionado.
Ella siempre había sido así, mas dispuesta a decir un comentario acido amargo desde un terreno alto que a un chiste o que a una conversación normal (lo que sea que sea lo que se supone se habla en una conversación normal) o que a—que a cualquier otra cosa, de hecho. La único que le había dado la impresión de que no lo detestaba era que hablaba con él, cosa que no hacía con ninguna otra persona de su escuela (o con ninguna otra persona; pues ahora que lo pensaba todos sus recuerdos de ella eran ella sola mirando a la ciudad desde la azotea de algún edificio, ella sola pateando piedras en algún estacionamiento solitario azotado por el sol, ella sola haraganeando en una banca de un parque esperándolo; nunca con nadie, nunca con nadie más que él y eso tenía que significar algo, ¿verdad?) y qué , por mas insultos y burlas que le dijera, siempre le pedía que no se fuera, aunque lo hiciera sin palabras de una manera tímida y casi débil. ¿La amaba? Sí, por supuesto; pero él sabía que no debería.
-Lo siento-dijo la muchacha, sin voltearlo a ver.
-Se que no debería de haberlo hecho- continuó- pero…
No termino la frase. Se dirigió a por el balón, regresó exactamente al mismo lugar para continuar botando (mal), como antes de que llegara el joven.
Ahorita se oía triste y humilde. Cuando se lo dijo ella se había oído demasiado fuerte, como la líder de alguna secta religiosa.
El joven no se movió.
-Es que no puedo creerlo-dijo por fin el muchacho amargo.
Ella era la que hacia la plática cuando se juntaban, sí, pero él sabía que cada palabra que él dijera ella la escucharía con el alma; ya es mas de una la ocasión lo había respondido quejándose de algún comentario burlón musitado en un tiempo de varios meses antes.
La joven lo miró de reojo, una mirada un poco menos humilde.
Una mirada un poco mas como de ella: una odiosa e hiriente mirada sería de no ser porque era eso precisamente lo que nunca podía olvidar.
-¿Qué lo haga o que te diga?
-Que pienses así…
La muchacha dejó de ver sus ojos, que le parecieron acusantes.
Sus ideas eran el problema. Podía soportarlo lo demás. Pero en cierta manera era eso por lo que Marcelo quería estar con ella. En el mundo gris que lo rodeaba, en la calma y hedor de esa marea baja de vida ella era una luz, un demonio de fuego que trataba de romper las cadenas y el asfalto; la necesidad de algo mas y la disposición de matarse por no encontrarlo como en efecto había pasado; todo eso le habían dado más vida a su vida que ninguna otra cosa desde que había nacido. Sí, ¿pero a qué precio?
-No es tan impresionante, ¿sabes? Es extremadamente normal, creo yo, solo que nunca te enteras.
La joven botaba con demasiadas fuerzas. El joven mecía sus brazos, balanceándose.
-¿Porqué?
La bola, en su viaje del suelo a la palma de la muchacha, esquiva la palma y bota alejándose, subiendo cada vez menos.
-Ya te dije que no hay una razón.
-Pero no puedes. No puedes hacer algo así. Nada más porque si.
La muchacha se veía conflictiva. Quien sabe bajo qué argumentos había llegado a su decisión, quien sabe exactamente qué era lo que buscaba. Seguramente había estado esperando justo esto: una oportunidad para proclamar sus motivaciones y sus justificaciones, para ser el héroe de una tragedia que muere para demostrar la futilidad de una simple vida. Pero como por lo general sucede cada vez que una persona normal quiere pasar como un símbolo extraordinario, ella se veía ahora confrontada con las ambigüedades y las incertidumbres. No quería decírselo a él, si acaso solo no decírselo a él que era el único dispuesto a escucharlo.
-Ya te dije que no es tan raro. Si supieras, si te enteraras, sabrías que hay muchos que lo hacen. Y como quiera, créeme que da igual. Así escomo es. Al final será lo mismo.
-Pero- el muchacho parecía a punto de llorar-, si lo ves así. Todo seria…
-¡No importaría! ¡Ese es el punto! Vas por ahí esforzándote, matándote, sangrando por un poco de dinero; y al final que importa. ¿Qué importan la familia, el éxito, el reconocimiento, el arte, el amor? ¿Que acaso todas aquellas personas que lo dejaron todo por esos ideales no se cagaron encima una vez que murieron y sus intestinos se deshicieron? ¿Qué acaso su puto corazón lleno de reputísimos ideales no se lo tragaron los gusanos y el E. Coli como a todas las demás partes y acaso no defecaron esos mismos pinches gusanos en sus mentes tan jodidamente brillantes? No quiero mentirme a mí misma, ¡eso es todo!, necesitó hacer esto, tengo que llevar a cabo mi decisión. Si no lo hiciera…
Lo suyo era el preguntarse porque la vida propia debía de ser más valiosa que la vida de una ameba. Lo suyo era preguntarse porque se supone que nos deberíamos de sentir tristes por los terremotos de Haití, cuando lo que hacían en realidad era recordarnos que a Monterrey nunca le había tocado un terremoto; lo cual debería de hacernos felices. Lo suyo era preguntar porque el mañana no podía empeorar mil veces el hoy, porque el necesitar algo para ser feliz haría que fuera verdad. Lo suyo era destruir todo en lo que Marcelo había creído y todo lo que había amado. “Ella es el fuego-se dijo Marcelo-es el fuego que todo lo consume.” Pero como el fuego mismo, es hipnotizante por su luz y eterno movimiento.
Y aun así, ni siquiera ahora, podría no pensar en perderla como en algo equiparable a la muerte o algo peor.
-… ¿Cómo podría ver al cielo azul, si me acobardara?
Esa pregunta también podía hacérsela Marcelo. ¿Cómo podría seguir una vida, conseguir otra esposa, envejecer, sabiendo que ella había vivido y que había sido más real que toda una ciudad? El cielo azul perdería el color, así de fácil; como sucede una vez que perdemos un sueño que buscar entre las nubes de nuestros cielos.
La muchacha botó la bola y con todas sus fuerzas la aventó a la canasta, donde pego con un fuerte ruido en el tablero.
El muchacho volvió a hablar.
-Pero tengo miedo. De que te vayas.
En una ocasión le había dicho que la amaba. Agustina le respondió que no fuera idiota.
La muchacha puso los ojos en blanco. Se acerco, lentamente, y beso al joven en los labios.
Dibujos de ella estaban en todas sus libretas. Todo ser humano que conocía era juzgado por él comparándolo con ella. Las cadenas del destino se cerraban en su cuello, miraba sus ojos que, por primera vez, lo veían con ternura.
-Lo siento. Por haberte dicho. Sé que hubieras sido más feliz si nunca hubieras sabido
“El juego ha terminado”-pensó Agustina. “Y mira el desmadre que hiciste”.”¿Qué esperabas y qué estabas buscando, de todas formas?”
Entonces él se dio cuenta de que no tenía idea de que había dicho en todo el rato. Pero estaba bien. Ningún dolor que él pudiera darle podría compararse con lo que sintió cuando ella le dijo su plan, del hoyo negro que abrió las fauces en su pecho cuando entendió que no la volvería a ver. Y ahora, cuando todas las cosas que al final no le importaban caían, quedaba solo una pregunta para sellar el destino:
-Pero… ¿podrías haberlo hecho sin decirme?
Agustina lo miro. Por un momento, por un breve y horrible, horrible momento, Marcelo la vio no como una diosa o un ángel de fuego, sino como algo infinitamente más doloroso para él. Ya no era ni fuerte ni débil ni joven ni vieja. Era solo otra persona triste y solitaria, perdida en un mundo que no entendía y que no quería entender; lamiéndose heridas más viejas que ella misma.
-Sabes que no.
Y entonces algo exploto dentro de él, miles de cadenas de hierro azotaron los confines de su alma, corriendo rápidas al haber sido libradas de un peso horrible por esa fuerte explosión, y ahora ese peso, esa idea, caía a los confines de su alma, aplastando todo.
Ella no quería suicidarse. Todo era una mentira.
Trato de volver a verla como la diosa de la violencia pero no pudo. Le había hablado, mucho, de su familia, de lo que había pasado, del asunto con su padre. Todo eso la había dejado destrozada. En la escuela, desde que había abortado nadie le hablaba, no de otra forma. Nadie excepto él. Y él se le había acercado a voluntad propia, y la había escuchado, y la había dejado que le hablara de su desesperanza y del abismo que creía que el mundo era. Marcelo era su único amigo, su único familiar y además su algo-como-novio. Agustina no era un ángel de la muerte y la anarquía. Era un lobo que se mordía a sí mismo en su jaula en la desesperación de salir de ella. Y Marcelo, que era su única luz, no era otra cosa que un estoico, como una estatua, escuchando lo que decía siempre dejándola sola pero con la ilusión de compañía. Así que ahora había dado una bengala desde la montaña en la que se había perdido, pero esa bengala estaba dirigida a él y solo a él. Pero Marcelo también se dio cuenta de otra cosa.
Él no podía salvarla.
No tenia las fuerzas. No podía tratarla como algo más que como a un ideal. Verla derrotada, como era en realidad, sería un dolor casi físico. No podía hacerlo.
-Y como quiera…-continúo la muchacha.
Volvió a botar el balón cuasi-alegre.
-No puedo sino preguntarme qué es lo que pensara todo mundo. Hay un chingo de hipócritas por todas partes. Es un hecho que toda memoria mía será reemplazada por una idea, y una idea fuertemente distorsionada hasta eso. Me da como que risa. Sé que no está bien (volteo a ver al joven, esperando censura) pero quisiera tener palomitas para ver la cara de mi mama cuando se entere.
Se rió un poco, pero era una risa triste.
Esa Opción que se le había ocurrido en el segundo en que ella le dijo su plan sería como darle novocaína a un enfermo de cáncer, un intento de revolución fallido, una falacia de una solución. Todos buscamos lo que Agustina llamaba “la paz de los cielos azules”, ¿no? Pues Marcelo siempre había sabido que si existía él nunca la encontraría. La decisión, a la hora de la hora, fue casi aterradoramente fácil de tomar.
El joven se levanto de repente y la tomo a ella por los brazos casi con tantas fuerzas como para lastimarla y la miro a los ojos.
-Iré contigo.
-No.
-Dime que no quieres que yo viva sin ti, dime que no quieres tanto como yo no estar separados.
-Sabes que…
El joven la beso. Los dos lloraban. El cielo estaba a punto de volverse rojo.
No podía darle la lluvia de la sanación, pero podía darle un intento fallido, aunque durara solo los últimos minutos, aunque no cambiara nada.
-En la azotea de mi casa, la vista es hermosa… ¿No la recuerdas, aquella noche? Con las luces de esta ciudad girando alrededor de nosotros…Allí, mi amor, paguemos el precio justo de nuestro amor, con lo único que se le acerca en valor a mis ojos.
Agustina se quedo sin palabras. “Moriría por mi”, pensó, “a pesar de todo, ¿y qué más puedo pedir? En esta tormenta de fuego, todavía hay una persona que ve al amor como algo más allá de la vida misma. Y pensar que yo había venido con la intención de…Pero no. Seamos uno solo, Marcelo. Basta de días grises…”; y ella miró a Marcelo, y, llorando mientras lo besaba una última vez, le dijo con infinito amor:
-Yo traeré la pistola.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Cazador de Vacíos

Lupus Ignis, la Kunderista ahorcada
Dedicado, con cierto aprecio masoquista, a la Horca.
Todo aquí está vacío.
Mis pasos antes apresurados se han ido alentando y arrastrando cada vez más con el tiempo. De mi voz resuena el eco, y regresan a mis oídos voces confundidas,  irrelevantes, necias. Toda pregunta que formulo pareciera retórica.
Aquí estoy, loco de oficio, hablándole a las paredes.
Monólogo de monotonía.
Murmullos me contestan, pero nunca con las respuestas a mis preguntas.
Luchador contra molinos de viento.
Burdos, estáticos, inamovibles; vacíos.
Miro el infinito nulo que debo llenar. Busco cansadamente un par de ojos. Ojos brillantes, desbordantes, ojos que comprendan.
Es como buscar pasto en el desierto.
Hoyos negros en lugar de córneas. Oscuridad en la que caen mis palabras, sin jamás tocar el fondo.
A veces un destello, una mirada rápida, un gesto de atención.
He aprendido a impulsarme en esos momentos. Devorarlos ávidamente. Aprovechar mientras duren.
Instantes en que el silencio no es tan pesado, ni la oscuridad tan impenetrable.
Instantes que me hacen dar un paso más.
Aquí estoy, masoquista de oficio, rodeado de niebla infinita.

Expectadores de la ejeución.