"lo que te gustaria hubieran sido tus ultimas palabras"

Rei: Sky. Red, red sky. Red color. Red color that I hate. Water flow. Blood. The smell of blood. A woman that does not bleed. Made from the red soil are humans. Made by Men and Women are humans.
(Rei's monologue, also known as Rei's poem)
Neo Genesis Evangelion

jueves, 6 de enero de 2011

Así es como es

Así es como es
Un joven, de mirada tímida, caminaba por un parque solitario. Era un día de verano, de los últimos antes del equinoccio cuando el calor se te pega en la piel y los grillos cantan como el sonido blanco de una sala de interrogación. El cielo tenía ese particular color azul intenso que daba a entender que ese mismo azul se convertiría en poco en rojo. Pero el rojo todavía no llegaba y seguramente no llegaría hasta dentro de un rato. Mirar ese cielo con su color inconcluso daba al alma una cierta ansiedad; un conflicto entre el no querer voltear de ver el cielo para finalmente ver el lento e inevitable cambio a un rojo carmesí y el fastidio causado por que el color todavía firmemente azul aseguraba que no sería hasta dentro de mucho que la noche cayera sobre esta ciudad, lo que daban ganas de voltearte. Marcelo ni veía el cielo ni lo rehuía (porque nunca había querido el cambio del cielo o siquiera observado su color) sino que miraba como al piso, observando cómo a cada paso sus pies aparecían en el piso a las orillas de sus ojos si cerraba un poco sus parpados; tratando de distraerse mientras avanzaba a donde él sabría que estaría.
Finalmente llegó donde la cancha de basquetbol, donde Agustina, de mirada pacifica, tiraba a las inusualmente altas canastas de ese parque, nunca anotando nada. Él sabía que ella siempre venia aquí cuando estaba de mal humor, porque la cuadra es muy solitaria y cuando el balón golpea los tableros el eco puede ser oído por muchas calles a la redonda. Como si los golpes afectaran, como si hicieran algo.
La muchacha, que había estado entretenida botando (mal) el balón, de repente volteó a verlo—lo cual sorprendió a Marcelo porque él dio por sentado que ni sabía que estaba ahí ni le importaba que estuviera. Mantuvo su mirada un rato, mientras seguía botando. Nadie habló.
El silencio había estado entre ellos desde un principio. No sabía como había empezado, pero un día se había descubierto pensando en ella. Y ya unos días después estaban juntos todo el tiempo, ella quejándose de cualquier cosa y él sentado a su lado jugando con la tierra o rompiendo una flor, escuchándola a medias. No es, claro está, que ellos tuvieron jamás una relación “normal”. Con ella algo semejante era un mero sueño.
Arqueando el cuerpo, la muchacha tiró el balón hacia la canasta. La bola pego en el tablero y rodo en el aro, para después caer sin haber entrado. La muchacha suspiro. No era por el balón.
-Sería tonto creer que podrías haber venido a hablar de cualquier otra cosa, ¿verdad?
El joven no respondió. La veía con ojos llorosos, de niño decepcionado.
Ella siempre había sido así, mas dispuesta a decir un comentario acido amargo desde un terreno alto que a un chiste o que a una conversación normal (lo que sea que sea lo que se supone se habla en una conversación normal) o que a—que a cualquier otra cosa, de hecho. La único que le había dado la impresión de que no lo detestaba era que hablaba con él, cosa que no hacía con ninguna otra persona de su escuela (o con ninguna otra persona; pues ahora que lo pensaba todos sus recuerdos de ella eran ella sola mirando a la ciudad desde la azotea de algún edificio, ella sola pateando piedras en algún estacionamiento solitario azotado por el sol, ella sola haraganeando en una banca de un parque esperándolo; nunca con nadie, nunca con nadie más que él y eso tenía que significar algo, ¿verdad?) y qué , por mas insultos y burlas que le dijera, siempre le pedía que no se fuera, aunque lo hiciera sin palabras de una manera tímida y casi débil. ¿La amaba? Sí, por supuesto; pero él sabía que no debería.
-Lo siento-dijo la muchacha, sin voltearlo a ver.
-Se que no debería de haberlo hecho- continuó- pero…
No termino la frase. Se dirigió a por el balón, regresó exactamente al mismo lugar para continuar botando (mal), como antes de que llegara el joven.
Ahorita se oía triste y humilde. Cuando se lo dijo ella se había oído demasiado fuerte, como la líder de alguna secta religiosa.
El joven no se movió.
-Es que no puedo creerlo-dijo por fin el muchacho amargo.
Ella era la que hacia la plática cuando se juntaban, sí, pero él sabía que cada palabra que él dijera ella la escucharía con el alma; ya es mas de una la ocasión lo había respondido quejándose de algún comentario burlón musitado en un tiempo de varios meses antes.
La joven lo miró de reojo, una mirada un poco menos humilde.
Una mirada un poco mas como de ella: una odiosa e hiriente mirada sería de no ser porque era eso precisamente lo que nunca podía olvidar.
-¿Qué lo haga o que te diga?
-Que pienses así…
La muchacha dejó de ver sus ojos, que le parecieron acusantes.
Sus ideas eran el problema. Podía soportarlo lo demás. Pero en cierta manera era eso por lo que Marcelo quería estar con ella. En el mundo gris que lo rodeaba, en la calma y hedor de esa marea baja de vida ella era una luz, un demonio de fuego que trataba de romper las cadenas y el asfalto; la necesidad de algo mas y la disposición de matarse por no encontrarlo como en efecto había pasado; todo eso le habían dado más vida a su vida que ninguna otra cosa desde que había nacido. Sí, ¿pero a qué precio?
-No es tan impresionante, ¿sabes? Es extremadamente normal, creo yo, solo que nunca te enteras.
La joven botaba con demasiadas fuerzas. El joven mecía sus brazos, balanceándose.
-¿Porqué?
La bola, en su viaje del suelo a la palma de la muchacha, esquiva la palma y bota alejándose, subiendo cada vez menos.
-Ya te dije que no hay una razón.
-Pero no puedes. No puedes hacer algo así. Nada más porque si.
La muchacha se veía conflictiva. Quien sabe bajo qué argumentos había llegado a su decisión, quien sabe exactamente qué era lo que buscaba. Seguramente había estado esperando justo esto: una oportunidad para proclamar sus motivaciones y sus justificaciones, para ser el héroe de una tragedia que muere para demostrar la futilidad de una simple vida. Pero como por lo general sucede cada vez que una persona normal quiere pasar como un símbolo extraordinario, ella se veía ahora confrontada con las ambigüedades y las incertidumbres. No quería decírselo a él, si acaso solo no decírselo a él que era el único dispuesto a escucharlo.
-Ya te dije que no es tan raro. Si supieras, si te enteraras, sabrías que hay muchos que lo hacen. Y como quiera, créeme que da igual. Así escomo es. Al final será lo mismo.
-Pero- el muchacho parecía a punto de llorar-, si lo ves así. Todo seria…
-¡No importaría! ¡Ese es el punto! Vas por ahí esforzándote, matándote, sangrando por un poco de dinero; y al final que importa. ¿Qué importan la familia, el éxito, el reconocimiento, el arte, el amor? ¿Que acaso todas aquellas personas que lo dejaron todo por esos ideales no se cagaron encima una vez que murieron y sus intestinos se deshicieron? ¿Qué acaso su puto corazón lleno de reputísimos ideales no se lo tragaron los gusanos y el E. Coli como a todas las demás partes y acaso no defecaron esos mismos pinches gusanos en sus mentes tan jodidamente brillantes? No quiero mentirme a mí misma, ¡eso es todo!, necesitó hacer esto, tengo que llevar a cabo mi decisión. Si no lo hiciera…
Lo suyo era el preguntarse porque la vida propia debía de ser más valiosa que la vida de una ameba. Lo suyo era preguntarse porque se supone que nos deberíamos de sentir tristes por los terremotos de Haití, cuando lo que hacían en realidad era recordarnos que a Monterrey nunca le había tocado un terremoto; lo cual debería de hacernos felices. Lo suyo era preguntar porque el mañana no podía empeorar mil veces el hoy, porque el necesitar algo para ser feliz haría que fuera verdad. Lo suyo era destruir todo en lo que Marcelo había creído y todo lo que había amado. “Ella es el fuego-se dijo Marcelo-es el fuego que todo lo consume.” Pero como el fuego mismo, es hipnotizante por su luz y eterno movimiento.
Y aun así, ni siquiera ahora, podría no pensar en perderla como en algo equiparable a la muerte o algo peor.
-… ¿Cómo podría ver al cielo azul, si me acobardara?
Esa pregunta también podía hacérsela Marcelo. ¿Cómo podría seguir una vida, conseguir otra esposa, envejecer, sabiendo que ella había vivido y que había sido más real que toda una ciudad? El cielo azul perdería el color, así de fácil; como sucede una vez que perdemos un sueño que buscar entre las nubes de nuestros cielos.
La muchacha botó la bola y con todas sus fuerzas la aventó a la canasta, donde pego con un fuerte ruido en el tablero.
El muchacho volvió a hablar.
-Pero tengo miedo. De que te vayas.
En una ocasión le había dicho que la amaba. Agustina le respondió que no fuera idiota.
La muchacha puso los ojos en blanco. Se acerco, lentamente, y beso al joven en los labios.
Dibujos de ella estaban en todas sus libretas. Todo ser humano que conocía era juzgado por él comparándolo con ella. Las cadenas del destino se cerraban en su cuello, miraba sus ojos que, por primera vez, lo veían con ternura.
-Lo siento. Por haberte dicho. Sé que hubieras sido más feliz si nunca hubieras sabido
“El juego ha terminado”-pensó Agustina. “Y mira el desmadre que hiciste”.”¿Qué esperabas y qué estabas buscando, de todas formas?”
Entonces él se dio cuenta de que no tenía idea de que había dicho en todo el rato. Pero estaba bien. Ningún dolor que él pudiera darle podría compararse con lo que sintió cuando ella le dijo su plan, del hoyo negro que abrió las fauces en su pecho cuando entendió que no la volvería a ver. Y ahora, cuando todas las cosas que al final no le importaban caían, quedaba solo una pregunta para sellar el destino:
-Pero… ¿podrías haberlo hecho sin decirme?
Agustina lo miro. Por un momento, por un breve y horrible, horrible momento, Marcelo la vio no como una diosa o un ángel de fuego, sino como algo infinitamente más doloroso para él. Ya no era ni fuerte ni débil ni joven ni vieja. Era solo otra persona triste y solitaria, perdida en un mundo que no entendía y que no quería entender; lamiéndose heridas más viejas que ella misma.
-Sabes que no.
Y entonces algo exploto dentro de él, miles de cadenas de hierro azotaron los confines de su alma, corriendo rápidas al haber sido libradas de un peso horrible por esa fuerte explosión, y ahora ese peso, esa idea, caía a los confines de su alma, aplastando todo.
Ella no quería suicidarse. Todo era una mentira.
Trato de volver a verla como la diosa de la violencia pero no pudo. Le había hablado, mucho, de su familia, de lo que había pasado, del asunto con su padre. Todo eso la había dejado destrozada. En la escuela, desde que había abortado nadie le hablaba, no de otra forma. Nadie excepto él. Y él se le había acercado a voluntad propia, y la había escuchado, y la había dejado que le hablara de su desesperanza y del abismo que creía que el mundo era. Marcelo era su único amigo, su único familiar y además su algo-como-novio. Agustina no era un ángel de la muerte y la anarquía. Era un lobo que se mordía a sí mismo en su jaula en la desesperación de salir de ella. Y Marcelo, que era su única luz, no era otra cosa que un estoico, como una estatua, escuchando lo que decía siempre dejándola sola pero con la ilusión de compañía. Así que ahora había dado una bengala desde la montaña en la que se había perdido, pero esa bengala estaba dirigida a él y solo a él. Pero Marcelo también se dio cuenta de otra cosa.
Él no podía salvarla.
No tenia las fuerzas. No podía tratarla como algo más que como a un ideal. Verla derrotada, como era en realidad, sería un dolor casi físico. No podía hacerlo.
-Y como quiera…-continúo la muchacha.
Volvió a botar el balón cuasi-alegre.
-No puedo sino preguntarme qué es lo que pensara todo mundo. Hay un chingo de hipócritas por todas partes. Es un hecho que toda memoria mía será reemplazada por una idea, y una idea fuertemente distorsionada hasta eso. Me da como que risa. Sé que no está bien (volteo a ver al joven, esperando censura) pero quisiera tener palomitas para ver la cara de mi mama cuando se entere.
Se rió un poco, pero era una risa triste.
Esa Opción que se le había ocurrido en el segundo en que ella le dijo su plan sería como darle novocaína a un enfermo de cáncer, un intento de revolución fallido, una falacia de una solución. Todos buscamos lo que Agustina llamaba “la paz de los cielos azules”, ¿no? Pues Marcelo siempre había sabido que si existía él nunca la encontraría. La decisión, a la hora de la hora, fue casi aterradoramente fácil de tomar.
El joven se levanto de repente y la tomo a ella por los brazos casi con tantas fuerzas como para lastimarla y la miro a los ojos.
-Iré contigo.
-No.
-Dime que no quieres que yo viva sin ti, dime que no quieres tanto como yo no estar separados.
-Sabes que…
El joven la beso. Los dos lloraban. El cielo estaba a punto de volverse rojo.
No podía darle la lluvia de la sanación, pero podía darle un intento fallido, aunque durara solo los últimos minutos, aunque no cambiara nada.
-En la azotea de mi casa, la vista es hermosa… ¿No la recuerdas, aquella noche? Con las luces de esta ciudad girando alrededor de nosotros…Allí, mi amor, paguemos el precio justo de nuestro amor, con lo único que se le acerca en valor a mis ojos.
Agustina se quedo sin palabras. “Moriría por mi”, pensó, “a pesar de todo, ¿y qué más puedo pedir? En esta tormenta de fuego, todavía hay una persona que ve al amor como algo más allá de la vida misma. Y pensar que yo había venido con la intención de…Pero no. Seamos uno solo, Marcelo. Basta de días grises…”; y ella miró a Marcelo, y, llorando mientras lo besaba una última vez, le dijo con infinito amor:
-Yo traeré la pistola.

2 comentarios:

  1. hemos quedado que todos los miembros deben subir los cuentos que han llevado así que subiere los mios
    por eso desgracio a este blogg con este de mis primeros cuentos

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  2. Sabes algo,este fue el cuento que menos me ha gustado de ti. Siento como si lo hubieras forzado, no se , no parece natural de como normlamente escribes

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Expectadores de la ejeución.